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Alguien que anda por aquí

Cuestión de talla

Todo es tan relativo que a veces no te puedes fiar ni de las matemáticas. Porque yo, con mi metro ochenta y medio, soy objetivamente alta, pero hoy he entrevistado a Fernando Romay y ha sido una sensación extraña tener que levantar tanto la vista y el micrófono para llegar hasta él. Esa perspectiva me ha hecho menospreciar el tiempo en que me quedaban pesqueros todos los pantalones, a las dependientas de las zapaterías que se asustaban de que les pidiera un cuarenta y las atracciones infantiles que ya no estaban hechas para mí porque sobrepasaba la talla.

También queda atrás el tiempo en que no me pedían el carné en las discotecas aunque tuviera quince años, y más lejos aún queda el tiempo en que mi abuelo me llamaba “canija” porque parecía que no iba a llegar a ser tan alta como mis hermanas. Ahora llego a tocar, sin estar de puntillas, el techo del cuarto de baño, soy útil para coger cosas de los altillos cuando no hay una banqueta a mano y me quedan bien los pantalones desde que se empezó a llevar ir pisándose los bajos. Pero nunca me gustó jugar al baloncesto, prefería ocupar mi tiempo conociendo otros mundos a través de los libros, desaprovechando mi estatura para buscar altura de miras.

 

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