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Alguien que anda por aquí

A la búsqueda de piso

Hoy me siento vallecana del todo: he aparcado en un hueco sólo cuarenta centímetros más grande que mi coche y me he pasado la tarde recorriendo el barrio en busca de un piso para comprar. Ha sido una experiencia divertida, primero ese tipo de la entidad financiera estrafalario que reconocía que la cocina estaba “cochina” y que los azulejos y el color de las paredes eran “tristes” sin perder el entusiasmo y después esa entrada triunfal en la agencia inmobiliaria con cinco hombretones encorbatados ansiosos al ver a un cliente en su local. Me han acompañado dos a ver los pisos, uno pequeñito y nervioso con vocación frustrada de decorador de interiores y un sosainas grandullón que apostillaba todo lo que decía el nervioso con afirmaciones obvias y que me ha contado su vida a santo de no sé qué.

Han tenido la delicadeza de dejarme subir sola en el ascensor porque era un modelo “romántico” (es decir, que cabían sólo dos y abrazados) y en el rellano, me he encontrado con dos vecinas auténticas, dos señoras que de inmediato se han mostrado encantadas de que vaya a compartir el edificio con ellas porque la juventud renueva la sangre y están hartas de tanto chino que no habla.

Me han dicho que por experiencia ellos saben que el piso me tiene que gustar en los cinco primeros segundos, pero (por si acaso soy más lenta) insistían en que si tiras este tabique y pones aquí una puerta te queda un salón grande como los que a mí me gustan porque al fin y al cabo al dormitorio sólo vas para dormir, que si mira que el metro está sólo a diez minutos (compruebo que en coche), que si el parque está muy bien para sacar a pasear a los perros grandes, que si el papel de las paredes no está tan mal porque mira cómo lo sacan en Cuéntame, que si no me gusta éste tengo otro de 117 metros cuadrados por el mismo precio y hay que pensar en que vendrán niños, que si en el piso lo que tengo que ver no es el piso sino las posibilidades, mira a ver si puedes volver por la mañana porque hoy la tarde está gris y lo desluce, créeme que (en este callejón) todo lo que ves de cielo lo tienes de luz.

Alguien a quien no conozco ha dejado dos colillas en un cenicero grande de cristal, blusas floreadas con hombreras en los armarios, una sevillana encima de la televisión, dos sartenes sobre la vitrocerámica, unos cuadros espantosos, maletas abiertas y libros cerrados aún envueltos en papel de celofán. Una enciclopedia del lenguaje, un disco de Camarón, una muñeca destartalada sobre la almohada, cerillas en una cajita redonda, crucifijos, cepillos de dientes, un baúl fantástico de los que a mí me gustan, una reliquia de radio y productos de limpieza en una despensa como la que tenían mis abuelos en Cuéllar. Los tres pisos que he visitado tenían rastros de las familias que los albergaron, huellas de una vida sobre la que voy a poner la mía.

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- J - -

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