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Alguien que anda por aquí

Destellos de un domingo gris

En este mismo domingo, en torno a la misma taza de café, caben muchas personas. Igual hay gente que no ve más allá de su ombligo, gente que sólo ve lo que quiere ver, que sólo escucha lo que quiere oír y que sólo habla de lo que ha venido a hablar.

 

Hay también gente que sólo sueña sueños prefabricados, pero al final de este día nublado salen a relucir las personas que brillan con luz propia, y decido quedarme con su brillo que ilumina todo alrededor. Con la gente que construye sueños a cada paso, con las miradas que brillan después de llorar.

 

No tiene ningún mérito: es fácil quedarse sólo con lo bueno del día, olvidarse de todo lo malo si acabo de llegar de una sesión de magia. Cómo no irse a la cama con una sonrisa, cómo no quedarse deslumbrada si en este mundo también hay gente que dedica su vida a crear ilusiones, gente que es capaz de crear una atmósfera mágica en la que se traspasa por el aire el pensamiento, un mundo en el que las cuchillas pueden enhebrarse dentro de la boca, una cuerda sola es capaz de pescar la carta elegida y las letras escritas en una pizarra se cambian para escribir otra palabra si el mago pasa por delante sus mágicos dedos.

 

También yo soy de las que sólo ven lo que quieren ver, de las que sólo sienten lo que quieren sentir: el mago me ha convencido de que apretando un puño en el aire, aparecería en mi mano una moneda. Todo el público ha podido oírla precipitarse hacia el fondo de un cubo metálico, pero además yo juro que la he sentido en mi propia mano caer.

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