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Alguien que anda por aquí

De cómo una vez iba camino a Valladolid y aparecí en Bilbao

De cómo una vez iba camino a Valladolid y aparecí en Bilbao

No sé, mis amigos dicen que es gracioso lo que yo viví como una tragedia, ten amigos para esto. Son insaciables y quieren que cuente más detalles de la historia que empecé el otro día de cómo una vez iba camino a Valladolid y aparecí en Bilbao. Así que les daré el capricho aunque sólo sea para que no me roben protagonismo, porque encima es que andan por ahí contando mi triste historia entre carcajadas.

 

Dicen que las cosas graciosas empiezan dentro del tren, cuando una voz metálica me despertó diciendo que habíamos llegado a Llodio y a mí la verdad es que ese nombre no me sonaba que estuviera en tierra de campos, pero no le di demasiada importancia, no sé qué gracia tiene que con quince años fuera tan mala en geografía. Llodio ni siquiera me sonaba a nombre real de pueblo, y mis sospechas se confirmaron cuando abrí un ojo y vi a un señor que me pareció un muñeco de Playmobil. El revisor era, o el guardagujas, qué mas daba, yo seguí durmiendo.

 

Es verdad también que poco antes de llegar miré por la ventanilla y vi demasiadas luces para ser mi ciudad, pero oye, de noche todos los gatos son pardos, y en movimiento más. Luego llegó el momento trágico de escuchar otra vez la voz metálica anunciando “próxima estación Bilbao Abando” y ahí sí que le doy la razón a los refranes: no hay más ciego que el que no quiere ver. A mí siempre me ha gustado confundir la realidad con la fantasía y estaba segura de que al poner un pie en tierra esa estación rara que veía por la ventanilla se iba a transformar en la que yo conocía, la que venía escrita en mi billete.

 

Pero no no no no no no. Mierda. Estaba en Bilbao. Mierda. Un domingo a las once de la noche. Mierda. ¿Conocía a alguien que viviera en Bilbao? No. ¿Conocía a alguien que viviera cerca de Bilbao? No. ¿Conocía a alguien que tuviera algún amigo que viviera cerca de Bilbao? No. ¿Y si le pegaba una patada a un guardia? ¿Sería capaz de cometer algún delito para al menos pasar la noche en comisaría? Joder. ¿Cuánto dinero tenía en la cartera? Tranquilidad. No sé cómo había en mi bolso de quinceañera que acaba de pasar un fin de semana con unos amigos 4.000 pesetas.

 

Lo primero que se me ocurrió fue contarle mi historia a un segurata. Se quiso reír de mí, se le notaba a leguas, pero cuando pongo una sincera cara de pena doy mucha pena, así que me dirigió a la taquilla, que aún estaba abierta y tenía una cola de mil demonios. Luego vino el susto del estallido y toda la gente corriendo para ver los fuegos artificiales desde la cristalera. Casi se me para el corazón, me parecían una burla las lucecitas de colores y el ambiente de fiesta. Pero yo a lo mío.

 

Le volví a contar mi historia al de la taquilla, que fue algo así como “mire, es que yo me acabo de bajar del tren de Calahorra, iba a Valladolid y he aparecido en Bilbao, pero no sé qué ha pasado, mire, aquí tengo el billete, pone Valladolid, el revisor me lo ha picado”. Nada. Parecía un pescado muerto el taquillero, ajeno a mi drama. Pregunté con pocas esperanzas si había algún tren de vuelta. Lo miró con desgana y me dijo que sí pero que estaba lleno. ¡Me da igual viajar de pie, no me puedo quedar aquí!, le dije. Pero el pescado muerto no hizo nada. ¿Y no hay más trenes? Ah, sí, hay un tren cama dentro de dos horas. Bien, dame uno. Son 4.100. ¡Tengo 4.000 pesetas! Y el taquillero: ¿no tienes tarjeta de crédito? ¡¡¡NO tengo tarjeta de crédito, tengo 15 años!!! Nada, pescado muerto otra vez. Pescados muertos todos los de la cola, que lo debían estar oyendo y nadie dijo nada.

 

Ya me veía pidiendo como una yonki por la estación, pero de repente se me encendió la bombilla que salva a los protagonistas de los dibujos animados y me acordé de que llevaba encima el libro de familia numerosa, por el que te aplican un 20 por ciento de descuento en transportes. Me gasté el resto del dinero en cocacolas, porque el tren iba hasta Madrid y no podía permitirme el lujo de pasar de largo mi destino y volver a andar con idas y vueltas como si Valladolid fuera un agujero negro espacio temporal.

 

Antes de bajarme del tren en lo que anunciaron que era Valladolid robé la estúpida almohada que te ponen en los trenes cama como recuerdo de la odisea. Es ridículamente pequeña, no vale para nada, pero fue lo mejor que pude abrazar aquella noche.

2 comentarios

Laura -

Esto ya es otra cosa!!Lo mejor de todo es que yo te recuerdo contándome la historia en la estación de tren de Valladolid, alguna de esas veces que yo iba a coger un tren para Madrid. Próxima estación: Llodio! Lo siento, pero es que cada ve que me acuerdo, me parto... algún día yo tb contaré mis aventuras ferroviarias al mundo bloquero, aunque no tienen ni la mitad de gracia que las tuyas...

mary -

jajajajajaja!!!! yo que ya me la sabía y aún así... me he partido Elena!!! es graciosísima!!! Las desgracias vistas con perspectiva tienen mucha gracia. Reconócelo.