Blogia
Alguien que anda por aquí

Cómo ganarse una propina

Ya íbamos a dejarle cinco euros de propina y el tío se ha quedado con uno más, por todo el morro. “Este eurito me lo quedo yo para tomarme una birra”, nos dice. Vale que se ha pegado una paliza tremenda haciéndonos la mudanza, pero es su trabajo, le hemos contratado para eso, él fijó el precio y encima le hemos ayudado.

Por definición, las propinas hay que ganárselas, no quedárselas ni pedirlas, y desde luego él ni siquiera se la había ganado, que han tardado casi una sospechosa hora entera en descargar el camión (sospechosa sobre todo por cómo olían a cerveza) y nos han ensuciado el sofá.

Pero qué hacer, no hemos sabido reaccionar. Lo peor es que te quedas con cara de tonta cuando te encuentras en una situación así, y de eso se aprovechan los aprovechados, dan por supuesto que nadie tendrá tanto morro como ellos.

A mí me gusta dar valor a las palabras que digo y a las cosas que hago, por eso generalmente no dejo propinas por costumbre sino cuando lo merecen.

Una amiga mía nunca deja propinas en los bares ni restaurantes porque dice que ella también es mileurista y no por eso le dan propinas, que esa es una costumbre de señoritos que agradecen con condescendencia que les están haciendo un favor por servirles el café, cuando es su trabajo, y creo que en parte tiene razón. Pero a mí sí me gusta dejar propinas cuando ha sido un encanto el camarero, que me traten bien sobre todo cuando voy a un bar sola me suele alegrar el día.

Por ejemplo a mi frutera, que es una choni de barrio, le dejaría propinas siempre, pero no hay costumbre y ni siquiera cobra ella. Le dejaría propina porque es buena gente, se le ve, hace con cariño su trabajo y trabaja muy bien, es amable sin ser empalagosa ni pesada, le sale con naturalidad. Te recomienda frutas u ofertas, y escoge las mejores piezas cada vez.

Me gusta ese tipo de personas, y el camarero de un pub que hay debajo de mi casa, que nos recibe siempre como si fuéramos sus amigas de toda la vida, se alegra de vernos y nos invita a una ronda cuando considera que nos hemos quedado poco tiempo en su bar.

También me gusta el camarero de una terraza en la que me senté el otro día, que al limpiarnos la mesa con una bayeta dijo: “A ver, un poquito de Feng-shui por aquí para que fluya la conversación”.

0 comentarios