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Alguien que anda por aquí

No hay tiempo que perder

A veces me consuelo con aquella frase de Horacio que decía que hay que perder la mitad del tiempo para poder aprovechar la otra mitad, pero generalmente no, generalmente me da mucha rabia perder el tiempo. Por eso me maquillo en el ascensor, aprovecho los trayectos para hacer llamadas o hablo por teléfono mientras cocino o tiendo la ropa. También por eso odio los atascos, e intento aprovecharlos para pensar y escribir líneas para este blog.

 

Pero las palabras que hoy he escrito me han salido torcidas, ruidosas, violentas, rezuman mala leche por los cuatro costados. Miro la hoja garabateada en un semáforo en rojo y me doy cuenta de que no quiero publicar eso, que no puedo dejarme contagiar así por la violencia del tráfico de Madrid.

 

Ya que he conseguido no pitar a ese imbécil que está parado en doble fila mirando la vida pasar desde la ventanilla con cara de nada, tampoco voy a vociferar aquí. Los pitidos son contagiosos, pero no sirven de nada, ni siquiera de desahogo. Ya lo decían los chinos: si tiene solución, por qué te preocupas, y si no tiene solución, por qué te preocupas. Así que decido no preocuparme aunque no me guste llegar tarde a los sitios porque voy a llegar tarde de todos modos, y mejor no llegar agobiada y de mal humor. Ya van a tener que soportar mi retraso como para encima aguantar malas caras.

 

Es lo mismo que pretendo conseguir por las mañanas; soy dormilona pero me he dado cuenta de que no merece la pena quedarse remoloneando en la cama. Conseguir diez minutitos más de sueño no sirve para tener menos sueño, es mejor emplear ese tiempo en vestirme con calma, desayunar tranquilamente o no tener prisa en salir de la ducha. Así se puede empezar bien el día, sin agobios, ganando calidad de vida en esta ciudad frenética que le da la razón al filósofo estadounidense Will Durant, cuando decía: "ningún hombre con prisa puede considerarse civilizado".

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