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Alguien que anda por aquí

Érase una vez la vida

Érase una vez la vida

Cuando sea mayor, me gustaría reunir a todos los médicos del mundo y poder darles un curso de comunicación empática con el común de los mortales. No es que yo sea una experta en comunicación, pero sí puedo afirmar sin temor a equivocarme que soy mortal. Por eso me gustaría poder entenderles cuando me hablen de las cosas que me puedan acelerar la mortandad, esto es: las enfermedades, porque lo cierto es que todos nos estamos muriendo, pero a diferentes velocidades, que escuché una vez decir a un médico.

Creo que sería una buena acción por el progreso y el bienestar de la humanidad enseñarles a hablar con personas como yo, es decir: con todos los que no somos médicos, que acudimos a ellos preocupados por eso que ellos ven tan sencillo pero que nosotros no alcanzamos siquiera a imaginar qué diablos son las adenopatías, la leucoplasia, la ascitis o siquiera las “células guía” (así, entrecomillado venía en el informe), por citar algunos términos de los que he oído hablar esta tarde.

Lo que más me fastidia es eso, no poder imaginármelo, ni siquiera recurriendo a mis máximos conocimientos en el área médica, los cuales reconozco que están fundamentados en los dibujos Érase una vez la vida. Qué gran serie, esa sí que hizo un favor a la humanidad, eso sí que era televisión educativa de servicio público, ¡y entretenida!

Ahora que lo pienso, empezaría por ahí mi reunión con los médicos del mundo: les sentaría a ver los dibujos, para después decirles: “Eso es lo que sabemos la mayoría de la gente sobre cómo funciona nuestro cuerpo, así que haced el favor de explicar vuestros diagnósticos a los pacientes de la manera más parecida a lo que acabáis de ver”. Y mirándolos a los ojos, a ser posible, tratándolos como seres humanos, como personas que están preocupadas, además. Porque, como dijo Ramón Gómez de la Serna, “lo peor de los médicos es que le miran a uno como si no fuera uno mismo”.

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