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Alguien que anda por aquí

Así somos los optimistas

Es lo que tenemos los optimistas, que nos creemos capaces de atravesar la ciudad en quince minutos. Como si pensar bien fuera un superpoder que hiciera todo confabulara a nuestro favor. No se nos ocurre tener en cuenta los atascos, las prisas de los otros, los imprevistos, la vecina que te retiene, los semáforos en rojo. De verdad que odio llegar tarde, sé que es una falta de respeto al que espera, pero es que siempre pienso que voy a ser capaz de llegar a tiempo.

 

Me pasa lo mismo en otros aspectos de la vida, y no aprendo. Pienso bien incluso de esa llamada molesta al telefonillo por las mañanas que siempre es para meter propaganda. Sé que como mucho será el revisor del gas o un despistado, pero yo siempre pienso que puede ser un cartero de verdad o un repartidor de flores. Siempre. Me levanto siempre esperando flores. No confío en las estadísticas; me da igual que eso me haya pasado solo un par de veces cuando prácticamente llaman a mi timbre todas las mañanas.

 

Lo digo porque hace unos días tenía a un amigo en casa que no recogió un certificado para mí porque pensaba que podía ser una multa. También podría ser cualquier documento oficial o una notificación de los juzgados. “Lo siento, yo es que siempre pienso en multas”, me dijo. Y yo siempre pienso en regalos. Me muero de la intriga. Como una niña que no se duerme esperando a los Reyes Magos. Hasta el lunes seguiré pensando que tengo esperándome en las aburridas oficinas de Correos un regalo.



 

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