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Alguien que anda por aquí

Gracias a la vida

No puedo dejar de pensarlo. Es que me podría haber muerto ayer en mitad de la calle Embajadores, a las cinco de la tarde, hora torera. Habría venido el Samur, la policía, habría llegado un aviso a la prensa. Mis compañeros de la radio contando en las noticias, como yo he hecho tantas veces: “nueva muerte violenta en la región, se investigan las causas, los testigos dicen que no mediaron palabra, podría haber sido un ajuste de cuentas”.

 

Tengo licencia para decir tonterías. Me han dado una pedrada en la cabeza.

 

¿Y del agresor qué? Iba caminando por la calle con una piedra más grande que su mano. No era un adoquín ni un ladrillo. No hay parques en los alrededores. Venía de lejos cargando su piedra. Igual pensó: se la estampo a la primera persona que me mire a los ojos. A la primera que sea más alta que yo. A la primera que me recuerde a mi exnovia, si es que alguna vez tuvo. Igual iba tarareando una canción y cuando se le acabó la melodía: pumba. A esta, en la cabeza.

 

La cosa es que me golpeó más veces y no sé por qué dejó de hacerlo. Le detuvo la policía 300 metros más abajo. Iba caminando tranquilamente, con la mano manchada de arena y cal pero ya sin su piedra. Como no llegó a abrirme la cabeza no es delito. Como no se llevó el bolso no es robo con violencia.

 

Estaba sentadito en el coche patrulla, en silencio y sereno, cuando los agentes me llevaron a identificarle. No había duda de que era él, pero le recordaba más viejo y más feo. Así con la mirada en calma hacia el infinito y su perilla bien recortada no parecía peligroso. Ya no enseñaba los dientes. Ya no me miraba con odio apretando los dientes.

 

Lo peor que te deja una experiencia como esta es el miedo. Vaya susto. Pero como dice el chiste, podría haber sido muerte. Yo lo peor que tengo es un chichón enorme en la cabeza. Tengo también magulladuras, contusiones, un ángel de la guarda, gracias a la vida y preguntas sin respuesta. 

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