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Alguien que anda por aquí

Me falta, no me falta

Me falta, no me falta

Estuve meses olvidándome de que se había muerto mi madre. Se me olvidaba de verdad. Volvía a menudo a casa pensando: Ahora llamo a mi madre para contarle esto; y al minuto: Ah, pero si no está.

 

Hoy le llevo flores a un rectángulo de mármol en el cementerio, pero ahí sí que sé que no está. Esa lápida no es mi madre, tampoco es la que dejé en el hospital.

 

Mi madre es la que iba a despertarme susurrando mi nombre tres veces seguidas, pero le daba pena arrancarme del sueño y me dejaba dormir siempre un ratito más.

 

Mi madre es la que nos ha dejado la manía de contar todo siempre desde el principio: después de un viaje, quería saber qué había pasado desde el mismo momento en que cogimos la maleta, cerramos la puerta y salimos del portal. Ahora mis hermanas y yo nos exigimos los mismos detalles entre risas.

 

Mi madre es la que me dejaba llegar tarde de adolescente a casa siempre que volviera acompañada. La que se fiaba de mi criterio respondiendo sinceramente: “hija, tú verás”. La que nos ha cosido tantos vestidos y disfraces, la que nos engañaba rebozando las sardinas de dos en dos (cómete solo una, que para estudiar te viene bien el fósforo).

La que me quitaba los miedos de pequeña diciendo alegremente “¡que no pasa nada!”. La que se asustaba al pie de nuestra cama cuando la fiebre nos hacía delirar. La que nos escondía por la casa huevos de chocolate cada Domingo de Pascua, y no valía comerte el que no llevaba tu nombre. La que se moría de risa cada 28 de Diciembre preparando inocentadas, ¡y qué mal se lo hacía pasar por unos minutos a amigos y familiares!

 

Seguimos haciendo todo eso que ella hacía, así que en esa lápida no está.

 

Mi madre está en los visillos de mi casa, que hice yo sola arrepintiéndome en cada puntada por no haberle pedido nunca que me enseñara a coser. Está cuando guardo algo y veo que, como decía ella, bien ordenado todo cabe. Está en mi cocina cuando le echo un vaso de agua a las lentejas mientras se están cociendo porque “a las lentejas hay que asustarlas”. Está en todas las cosas verdes, porque ese era su color favorito; en el Gospel, en los Sudokus y en el programa de la tele “Saber y Ganar”. En el café cuando me echo tres cucharadas de azúcar, como ella, y en los guisos que quedan sosos porque ya somos ella y yo “muy salás”.

 

Mi madre está cada vez que me preocupo por mis hermanos y por mi padre, cada vez que nos reunimos. Es ella la culpable de que la familia esté unida; la tía amenazaba con volver después de muerta si algún día nos peleábamos y dejábamos de hablarnos: ¡mira que vuelvo como espíritu y me lío a mover lámparas, a descolocar cuadros y a dar portazos! ¿eh? ¡Que vuelvo!, decía.

 

Gracias a ella no va a hacer falta que vuelva, aunque a veces haga tanta falta.

3 comentarios

Vanesa -

No hay un homenaje más bonito que el que tú le has dedicado con estas palabras, que tienen más vida y más alma que unas flores frescas el primer día de noviembre.
Gracias (desde mis lágrimas incontroladas) por escribir estas palabras, por dedicarlas y por regalarlas.
Se te quiere, y mucho

Bea Moreno -

Me ha emocionado. Ella está en ti, no lo dudes

Alba -

Gracias Elena, de verdad, por compartirte tú, con ella, de esta manera. Estoy conmovida. No hace falta que vuelva porque ella, directamente, está en ti. En vosotros. En nosotros. Los que tuvimos el placer de conocerla.