Blogia
Alguien que anda por aquí

Periodismo

¿Te echarías atrás?

 

La Elena que soñé ser no existe ni en mis imaginaciones. Pero esta que tengo frente al espejo no es peor. La pregunta era: “¿volveríais ahora a estudiar Periodismo?” y la ha hecho un amigo de la facultad, quince años después en una cena de reencuentro.

 

La respuesta obvia era un no. Ahora sabemos cuáles son los entresijos de la profesión, cómo está el mercado, cuáles son las condiciones laborales, sufrimos la precariedad, lo dura e ingrata que es la labor. Ahora sabemos qué hay detrás de nuestros sueños, cómo la vida te va acomodando.

 

A estas alturas de nuestras vidas, ninguno está donde sospechaba cuando empezamos la carrera, y aquella utopía en la que creíamos ya no nos sirve para caminar. Pero desde luego, no ha sido tiempo perdido, estamos en el mejor momento de nuestras vidas, tenemos senderos nuevos y ganas de soñar.

 

Realmente no sé qué pasaría si nos encontráramos ahora con aquellos alumnos de primero que fuimos; si pudiéramos contarles cómo son las cosas ¿se echarían atrás?

Eso es el miedo

Voy a contar esta historia porque de pequeña aprendí que antes de salir de viaje, había que pasar un espejito con ruedas por debajo del coche y comprobar que no hubiera un explosivo adosado.

 

Si cuento esta historia es porque los terroristas ya han dejado de matar, y no todos se alegran. Parecería fácil alegrarse, pero lo tristemente cierto es que aún hay quien lo lamenta. No basta con condenar la violencia, pero es que ni siquiera hemos conseguido eso. No todos se alegran. Hay quien lo que celebra es que nuestro sistema judicial no abogue por el cumplimiento íntegro de las penas. Y quien esquiva el marrón echándole la culpa a Estrasburgo de que las víctimas estén indefensas.

 

Yo ni siquiera he vivido en el País Vasco los años del terror, así que yo no he sabido nunca lo que es el miedo, yo nunca he sufrido ese abominable dolor. Sólo sabía que era mejor no decir en el colegio en qué trabajaba mi padre; sólo sabía que ver escrito en una pintada “Gora ETA” significaba “que vivan los asesinos que quieren matar a tu padre”.

 

Ya de mayor, un día, estuve de viaje en un pueblecito de Cantabria y un amigo de un amigo nos llevó a dar un paseo para conocer el lugar. Cuando pasamos al lado del cuartel de la Guardia Civil, ese chico dijo que ojalá le pusieran una bomba.

 

Lo dijo así, de repente, sin pensar, mientras recorríamos tranquilamente las calles del pueblo, y ni siquiera se hizo el silencio. Se cambió de tema de una manera natural. Lo había dicho como quien no quiere la cosa, como de pasada. Que ojalá pusieran una bomba en una casa cuartel que estaría llena de niños. De niños como mis amigos de la infancia, como mis hermanos, como la niña que yo fui. Si cuento esta historia es porque ese chico pudo decir eso en voz alta y yo no fui capaz de decir nada.

Cómo creer en el Destino

Me gusta creer en el destino porque te libera de tu responsabilidad. Si crees en el Destino, no tienes que preocuparte de por qué suceden las cosas como y cuando suceden, sólo tienes que aceptarlas como un hecho inamovible sobre el que no interviene tu voluntad ni tu capacidad de decisión.

Yo creo a veces en el destino cuando me encuentro señales a las que quiero dar significado, cuando me quitan una palabra de la boca, cuando miro justo en esa dirección y veo algo que me sobrecoge, cuando coincido a la misma hora y en el mismo lugar con alguien que estaba lejos y tenía que estar cerca... De repente se hace la luz.

Pero por qué estaba ella hoy allí en ese preciso momento. No era su horario de trabajo habitual, ni su puesto. Una enfermera del centro de salud El Naranjo de Fuenlabrada hoy ha cambiado su turno. Quizá porque quería salir pronto de viaje, quizá porque hoy es el cumpleaños de su hijo y quería tener la tarde libre para prepararle una fiesta, quizá sólo le quiso hacer un favor a una compañera que pidió la mañana libre.

El caso es que ella hoy trabajaba de mañana y a mediodía se le ocurrió bajar un momento a recepción, justo en el preciso instante en que entraba por la puerta un hombre de unos cuarenta años que cruzó rápidamente el vestíbulo sacando un hacha y sin mediar palabra, la atacó, a ella y a otras dos inocentes -pero quién no lo es en barbaries como ésta-, dos auxiliares que estaban en su puesto, detrás del mostrador. La emprendió a hachazos y se marchó. El resto es crónica de sucesos que abre informativos y portadas de periódicos, pero quién ha escrito en las estrellas una página tan cruel.



¡Viva Montesquieu!

Si la política está mediatizada porque los políticos gobiernan a golpe de titular y han convertido los medios de comunicación en su campo de batalla, si los medios de comunicación están politizados porque ya ni se molestan en disimular de qué pie cojean, si muchos se empeñan en judicializar la vida política y ahora todo el mundo habla también de la politización de la vida judicial pero en realidad todos sabemos que al final el que manda es el poder económico, ¿podemos decir ya que ha quedado obsoleta la separación de poderes que pregonaban los antiguos pensadores de la Ilustración?

Reconciliada con la profesión

Por culpa de una desconocida que vive en Móstoles hoy estoy contenta con mi trabajo. Merece la pena ser periodista si puedes ser útil a una mujer que ha llamado la radio para pedir más información después de escuchar un reportaje mío sobre una oferta de empleo para personas con discapacidad. Y mira que estaba asqueada cuando fui a entrevistar a la concejala de turno, pero ha merecido la pena dar esa información. Sobre todo porque muchas veces tenemos que hablar de temas que no le interesan a nadie más que al político de turno para darse promoción.

 

También me suelo alegrar de trabajar en el periodismo local cuando tengo que coger testimonios de gente de la calle, tienen un ingenio inaudito. Sobre todo las señoras que te cuentan su vida y sus citas con el médico mientras te dan detalles de un escabroso suceso.

 

Como aquella mujer a la que no le gustaban los chinos porque eran unos “copiotas”, la señora que escuchaba “a los wáteres hacer gluglugluglú”, el hombre que creía que peatonalizar una calle comercial es “igual que casarse con una mujer muy guapa pero muy cerda y que no sepa cocinar, es decir, muy bonito pero no vale para nada”.

O esa anciana que decía: "la opinión que yo tengo de los móviles es que como en este mundo nada es verdad ni es mentira, o sea, que cada cosa es del color con que se mira, pues los móviles es una cosa que yo veo bien".

 

Y ese testimonio que tengo insuperable (escuchado es infinitamente más divertido) de ese matrimonio que veía entrar “a mucha gente de esa negra en el edificio, pero mucha gente, que me extrañó hasta a mí la cantidad de negros que había ayer en el portal... mucha gente negra, por lo menos tres o cuatro”, aunque después reconocían que igual era el mismo pasando varias veces “porque esa gente a mí es que me parecen todos iguales”, y de todos modos aseguraban que no sospechaban que fueran a comprar droga, como era el caso, porque “quién iba a dar Dios mío, quién iba a dar... ¡quién iba a dar!”.

De vuelta

Hoy debería escribir sobre lo deprimente que es volver de vacaciones y encontrarse la nevera tiritando y el correo acumulado y el eco en la despensa y toda esa ropa por lavar... anoche estaba pataleando como una niña pequeña que se niega a atravesar la puerta del colegio, porque no quería ir a trabajar y me daba muchísima pereza ir a trabajar y no tenía realmente ninguna gana de ir a trabajar y no era capaz de encontrar ni un solo motivo para ir a trabajar... pero claro, he ido a trabajar. Eso sí, después de quedarme un rato mirando el despertador sin entender nada, diciendo para mis adentros: “¿y éste qué quiere de mí a estas horas?

 

Así que he comenzado la jornada laboral tarde y a trompicones, porque medio minuto antes de entrar en directo para contar los encierros de Leganés, mi entrevistado me ha dejado colgada para ponerse a hablar por teléfono. Yo tenía la mente totalmente en blanco; mi plan era presentarle, preguntarle qué tal habían ido, dejarle hablar durante tres minutos seguidos y despedir tranquilamente la conexión, pero la radio no se puede quedar en silencio, así que de alguna manera he conseguido hablar yo sola de un encierro que no había visto durante el tiempo que el tipo ha terminado en atender la llamada, mientras le lanzaba miradas de odio (cuando no me miraba) y de súplica (cuando me miraba).

En todo eso puede estar pensando una sola cabeza a la vez. No está bien, pero yo siempre digo que lo mejor que me enseñaron en cinco años de carrera es a rellenar un folio en blanco, poder hablar de cualquier cosa sin tener ni idea. Hablar de lo que no sabes con estilo, que diría una amiga periodista.

 

Pero a partir de ahí he ganado confianza, me he reconciliado con el mundo y con mi profesión y todo ha empezado a salir rodado, ya todo eran personas amables, gente predispuesta a colaborar, cosas bien hechas en tiempo y forma y adversidades superadas, ya digo yo que la vida no es para tanto y que me ha tocado una buena estrella.

 

Huelga en el Metro de Madrid

No se puede tener paralizada una ciudad, aunque respeto el derecho a la huelga de los trabajadores del Metro de Madrid. Creo que es verdad que es la única forma de que se oigan sus reivindicaciones y de protestar por lo injusto. También llevan razón en que los servicios mínimos del 50 por ciento son abusivos, casi no se notan. Pero si rebajaran ese porcentaje, por ejemplo al 10 por ciento, nadie se iría a buscar un autobús, seguro que habría patadas y empujones por meterse en los vagones, los andenes serían el escenario de una auténtica batalla campal.

En cierto modo admiro que hayan sido capaces de ponerse unánimemente en pie de guerra para defender lo suyo, que no se dejen pisotear. Que no aceptemos las rebajas de nuestros derechos sin levantar la voz siquiera, cuando cada vez las cosas van peor en este país y siempre pagamos los mismos, dejándonos llevar por la resignación. Pero todo esto lo digo en tono genérico, creo que tanto unos (el gobierno regional) como otros (los huelguistas) mienten en sus argumentos y no comparto las quejas de los trabajadores, y eso que a mí también me bajan un 5 por ciento el sueldo. Quizá yo ya me he resignado a vivir en el mundo en el que vivo, quizá es que no valgo para la lucha, quizá soy demasiado pragmática y sé que es la menos mala de las alternativas que se plantean en estos tiempos.

Aún así, el Metro es un servicio público insustituible, por mucho que refuercen trenes y autobuses. Me parece intolerable la acción de los piquetes e insisto en que no se puede tener paralizada una ciudad como Madrid de esa manera, que ayer era una caos de gente desamparada y desinformada y angustiada y enfadada por no saber cómo hacer para llegar a trabajar. Confieso que yo tampoco sabría moverme por Madrid sin metro, de hecho hoy no me he movido del barrio por eso.

Estaba rara esta ciudad ayer y hoy, paralizada por dentro, en las entrañas, y frenética por fuera. Lo nunca visto en atascos y aglomeraciones y más violenta esta ciudad que nunca también: a mí no me afectaba la huelga porque iba en coche en sentido contrario al atasco y aún así conducía rabiosa, sorteando a fitipaldis, parece que el nerviosismo se contagia.

Obviemos la obviedad

Obviemos la obviedad

Yo creía que los cortes de digestión no existían, que eran un invento de los padres para tenernos vigilados de niños a la hora de la siesta, pero resulta que también la Guardia Civil contribuye a difundir ese bulo.

Hoy me he recorrido 160 kilómetros para escuchar a todo un capitán de la Benemérita decir lo mismo que estamos hartos de oírle a nuestras madres. Que no nos bañemos con el estómago lleno ni después de haber bebido alcohol, que no nos metamos en un pantano si no sabemos nadar, que no nos creamos que las tumbonas flotan porque nos iremos al fondo y que cuidado si hacemos carreritas de orilla a orilla porque igual a medio camino nos fallan las fuerzas y a ver quién nos salva si los de al lado primero están compitiendo y ni te van a oír quejarte y segundo, si te oyen y van en tu auxilio, estarán tan cansados como tú.

Son consejos de la campaña de prevención de accidentes de verano que la Guardia Civil ha presentado en el único embalse apto para el baño que hay en la Comunidad de Madrid, el pantano de San Juan, en San Martín de Valdeiglesias, y lo único bueno que ha tenido pegarse el madrugón y hacer tantos kilómetros para escuchar esa sarta de obviedades es que al menos las vistas merecían la pena. El que no se consuela es porque no quiere.



La vida continúa a pesar de

Yo tengo que ponerme a pensar para saber si alguna vez en mi vida he oído un disparo y la amiga que está sentada frente a mí los escucha a cualquier hora, tanto que ha aprendido a distinguir por el sonido el tipo y la procedencia de las balas. Ella es mexicana y vive en Chihuahua, una ciudad de un millón de habitantes que oficialmente no está en guerra aunque desde hace tres años tiene trece muertos diarios por el narcotráfico.

Yo vuelvo a mi casa caminando a las dos de la madrugada y la verdad es que no tengo miedo, ella tampoco ahora que está en Madrid. Allí todo el mundo llama a sus familiares si van a retrasarse en la vuelta a casa, y casi nadie anda por las calles más allá de las siete de la tarde, se ha marcado un toque de queda implícito. Al hermano de su amiga lo obligaron a correr para acribillarle a balazos, porque lo confundieron con otro tipo. En el maletero de su coche hay una mancha de sangre de un día que se lo robaron. Una vez tuvo que echarse al suelo para protegerse de las balas por un ajuste de cuentas en un restaurante. La policía llegó media hora más tarde y sólo a levantar el cadáver y contar casquillos, dice que haría mejor servicio una funeraria.

Hay días que sale de su casa y piensa que quizá no va a volver. Y yo, sentada frente a ella, me siento estúpidamente afortunada por vivir aquí. Pienso que no sería capaz de resistirlo, que huiría de esa ciudad, y que si tuviera que quedarme preferiría la ignoranca que se confunde con la resignación, salir a las calles como si no pasara nada.

Pero ella no quiere que su país se acostumbre a la violencia, quiere dejar constancia de cada crimen pintando un mural en cada esquina en la que se produzca un asesinato. Extender sábanas con poemas donde los narcos pintan amenazas. Puede parecer una denuncia ingenua pero es una rebeldía y un acto de fe. Al menos cada muerto no será sólo un número más en la lista, al menos los poemas y los dibujos denunciarán la impunidad, al menos los versos y los colores harán feliz por un instante al que pasee en medio de la violencia que desborda la ciudad.

Ella lo escribe mejor que yo en un artículo que se llama "Los registros del miedo" dentro del blog Chihuahua sin temor

http://chihuahuasintemor.blogspot.com/2010/03/los-registros-del-miedo-un-texto-de.html

 

Con la gestapo en los talones

Voy a ver si lo puedo contar objetivamente, sin juicios de valor, en orden cronológico y sin poner el grito en el cielo generalizando el ataque contra todos esos jefes de prensa que torpedean nuestra labor.

 

Hay al suroeste de la Comunidad de Madrid un pueblito llamado El Álamo cuyo alcalde ha decidido presentar su dimisión a un año de acabar la legislatura. Como no ha querido explicar públicamente los motivos y las informaciones que salen al respecto son contradictorias (que si es por razones estrictamente personales, que si está cansado, que si le han llamado del partido a estas alturas de la vida y siendo un don nadie para desempeñar otro cargo, que si ha sido él quien ha pedido que le asciendan y así sin más le van a hacer caso), esta mañana un compañero y yo nos hemos pegado el madrugón para asistir al pleno en el que se hacía oficial la dimisión, pensando (ingenuos nosotros) que iba a dar explicaciones, soltar un discursito agradeciendo a sus concejales los servicios prestados, diciendo que seguirá trabajando por el pueblo ya que seguirá cobrando como concejal, etcétera.

 

Pero el pleno ha durado menos de un minuto: lectura del acta y ya. Le hemos perseguido a lo Belén Esteban para que nos contara pero no quería hablar. Se lleva el “no hago declaraciones”, debe uno sentirse importante diciéndolo por encima del hombro mientras sube una escalera.

 

Bueno, nos habíamos recorrido 47 kilómetros para ser testigos de ese menos-de-un-minuto de gloria, y era raro que no quisiera siquiera leer públicamente un comunicado (sin preguntas, con qué poco nos conformamos ya), así que nos hemos dedicado a preguntar a los vecinos en la plaza del Ayuntamiento qué les parecía que el alcalde dimitiera a un año de acabar la legislatura. Habla pueblo, habla. Era noticioso conocer ’qué siente el pueblo’ y además, algún sonido había que meter en las crónicas radiofónicas.

 

 

Mi primer objetivo eran tres señoras de las que me gusta a mí entrevistar, de las que están paradas en medio de la plaza de charla, con el carro de la compra, porque ésas siempre quieren hablar y de todo opinan, sepan o no, como era el caso. Porque no tenían ni idea, tampoco es que les importara demasiado, respondían casi lo mismo que yo les preguntaba y se fueron yendo poco a poco, hasta que me quedé sólo con una, hablando sobre lo que se había hecho en el pueblo y lo que no durante la legislatura. Ni siquiera era crítica con el alcalde la señora.

 

Pero después de cuatro minutos hablando (está grabado) en medio de la conversación dice la señora: “está ahí en la ventana el alcalde saliente, mirando cómo hablo con la radio”. Yo le contesto que a él ya le he intentado preguntar lo mismo y no ha querido hablar. Justo entonces ha salido del Ayuntamiento un tipo con traje, corbata y gafas de sol, se ha acercado directamente a la señora a la que yo estaba grabando y sin mirarme ni de reojo ha dicho: “hola buenos días señora, venga, que le voy a comentar una cosita”. Y se la ha llevado, sin más.

 

Ladran, luego cabalgamos. El tipo no iba a ser capaz de ahuyentar a toda la gente que pasaba en ese momento por la plaza, así que he seguido preguntando (ya con mi compañero) a vecinos, y una nos ha dicho que si a ese alcalde lo llamaban ’Don Limpio’ porque dejaba limpia la caja, otra que si decían que estaba liado con una concejala, otro que si no se lleva bien con sus concejales... la mayoría, eso sí, que no tenían ni idea ni querían hablar de lo que se comentaba en el pueblo, pero que debería explicarse para detener los rumores. Que al menos esquive el bulto con una mentirijilla del tipo “quiero dedicarme a mi familia”. Es un cargo público y se debe a los vecinos que le han votado y pagado el sueldo estos tres años. Que diga por qué se marcha y que se vaya en paz. Él sabrá por qué ha decidido no hacerlo, si es una casualidad que mientras estábamos preguntando en la plaza se haya bajado a una terraza a tomarse un café con otra concejala, siguiéndonos con la mirada.

Objetivos de Desarrollo del Milenio

Conocí a muchas personas que trabajaban, cantaban, reían y vivían con el VIH cuando estuve en Burkina Faso. Una de ellas le quería poner a su hija mi nombre, pero la perdió. Había también miseria, claro, y niños drogados esperando en los semáforos y un hospital terrible donde los cerdos campaban a sus anchas.

Conocí también a un hombre bueno que era enfermero y murió hace poco de malaria. Estuve en su casa bebiendo un zumo y hablando bajito mientras mirábamos un horizonte lleno de piedras. Tengo una amiga en España que con la misma enfermedad vive, trabaja, camina, ríe, lee, canta y sueña.

La ONG Asamblea de Cooperación por la Paz está difundiendo un documental que han realizado sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU y ya antes de empezar la proyección anunciaban lo que todos sabíamos desde que se firmó en el año 2000. Que no se está haciendo desde los Gobiernos que lo firmaron casi nada, que casi ninguno (ha dicho con optimismo, un rayo de fe) va a cumplirse.

Seguramente podríamos llegar un poco más lejos, estar un poco más cerca de alcanzarlos, si la ONU hubiera invertido mejor el dinero que le costó crear ese documento y poner de acuerdo a 192 países para firmarlo. Se me ocurren ocho grandes objetivos a los que destinarlo.

Si has estado en la guerra ya todo qué más da

Te pregunto después de tanto tiempo si tuviste miedo y me dices que no. Que sólo los primeros días te quitaba el sueño, que sólo cuando viste en la cara de los demás el miedo. Que sólo a la luz de la linterna en mitad de la noche, que sólo mientras esperabais ya con el casco y el chaleco antifragmentos puesto.

 

Después viste por primera vez proyectiles como en las películas y un estruendo como de fuegos artificiales y un temblor que era de morteros. Y no estabas sentado a la mesa en la hora del telediario ni en las fiestas de tu pueblo ni en el cine frente a una superproducción. Estabas en medio de la noche formado con un casco y un chaleco puestos, no te habían preparado para la ficción, ah.

 

Estabas en la guerra de la que tanto hablaban los periódicos, rodeado de la gente a la que tanto acusaban los periódicos, combatiendo el terrorismo que llenaba la boca de los políticos que se aseguraban una primera página en los periódicos y lo que tú estabas viviendo ni siquiera se iba ni se va a contar en los periódicos.

Si quieres te lo digo haciendo el pino

... Me contestó un político la semana pasada indignado. No quería hablar y habló, aunque no contestó a lo que yo le estaba a esas alturas ya repreguntando. No le dije que vale porque total, trabajo en radio, pero me encantó la respuesta, esa bordería que delataba su nerviosismo por el tema sobre el que quería a toda costa aparentar normalidad, porque sin responder explícitamente decía exactamente lo que yo esperaba oír.

Si de verdad mi pregunta no fuera la pregunta, habría salido por peteneras como es habitual, pero no supo y hoy se ha arrepentido; delante de todos los periodistas ha dicho que tenía que hablar conmigo, me ha cogido del brazo y me ha pedido perdón. No estuvo bien esa "salida de tono", me ha dicho. Ojiplática me quedo, como diría una amiga mía, pero se agradece el gesto y la voluntad.

No sé si nos hemos acostumbrado a que nos traten como tontos, pero yo no esperaba ni siquiera consideraba necesaria una disculpa, es más, me lo ha tenido que recordar. Porque al fin y al cabo, los dos sabemos que yo estaba haciendo mi trabajo y él el suyo, los dos estamos jugando al mismo juego, tanto la semana pasada como hoy.

 

En la ruta del alcalde díscolo

Hoy me he quedado a gusto. He preguntado todo lo que no pude preguntar ayer. Y a los mismos alcaldes que me esquivaron de muy buenas maneras para luego hacer declaraciones en exclusiva a una agencia. He tenido que hacer como que me interesaban los actos a los que nos han convocado, e incluso les he hecho preguntas alusivas a ese tema del que ellos sí querían hablar, porque hasta cierto punto sí eran interesantes, pero todos sabíamos a qué juego estábamos jugando.

Un periodista no es un propagandista

 

Dice el diccionario de la RAE que Propaganda es la “acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores”. Y como el oficio del periodista no es el del mercader, no deberíamos cubrir ruedas de prensa sin preguntas. Si los políticos convocan actos en los que no nos dejan preguntar, no nos están dejando informar, nos están pidiendo que hagamos propaganda, y no es nuestro trabajo ser meros altavoces de sus eslóganes.

Si no les gusta que les hagamos preguntas, se han equivocado de profesión, porque nuestro trabajo es preguntar y el suyo, cuando nos convocan, responder para que podamos informar a los ciudadanos a los que ellos se deben. Y si no, que no nos hagan perder el tiempo acudiendo a convocatorias que podrían solucionar enviándonos su discurso por correo electrónico, y ya veremos nosotros si lo difundimos o no. Basta ya de convocar a los periodistas sólo para ver cómo se hacen la foto y se dan mutuamente jabón, que no hay quien se lo crea.

Este oficio de marmotas

 

Se supone que “noticia” es, por definición, algo nuevo, y que nuestro oficio consiste en difundir algo que no se sabía, pero cada vez esto se parece más al Día de la Marmota. Hoy me siento atrapada en el tiempo, dando vueltas en círculos concéntricos, hablando y volviendo a hablar sobre el mismo tema.

Es ya el tercer año que cubro la celebración de la fiesta del Dos de Mayo en Móstoles, y no es que crea que no tiene sentido retransmitir los actos; de hecho, me gusta difundir las tradiciones y un pedacito de nuestra historia. Además, sin ironías, me apasionan los directos, es lo que más me gusta del periodismo: pasarme toda la mañana soleada del domingo entre la multitud y ahora entrevistar a una señora vestida de goyesca, ahora a un mariscal de las tropas de Napoleón, ahora ponerme a contar yo sola que está teniendo lugar la misa en honor a los alcaldes de Móstoles que firmaron el bando que dio origen a la guerra de la Independencia, ahora pruebo un pastel que me ofrece un artesano de la feria y hablo casi con la boca llena, ahora me tengo que alejar porque no se me escucha con el ruido de la charanga, ahora relleno estos minutos de radio hablando aunque no tenga nada que contar, ahora resumo a bote pronto unos discursos que acabo de medio escuchar... y se pasa rápidamente una mañana igual a la del año pasado y a la del siguiente... y la disfruto, no sé de qué me quejaba tanto esta mañana cuando no me podía estar creyendo que ya estuviera sonando el despertador.

Son como niños

Hoy he asistido a una pelea de escolares en plena sede del Gobierno regional. Los protagonistas tenían todos más de 40 años y sueldos públicos y trajes elegantes con corbata, pero estaban enfurruñados igual que niños de brazos cruzados en unos sofás blancos de aspecto caro y comodísimo, y ha tenido que venir la profe a hacerles entrar en razón, restregándoles su provocación desde lo alto de sus tacones, con la chulería tranquila de quien realmente tiene la autoridad.

Todos nosotros contra 'El Rafita'

Todos nosotros contra 'El Rafita'

 

Hoy he estado toda la mañana jugando al escondite con ’El Rafita’. En principio, mi equipo partía con ventaja, porque éramos todos estos periodistas que veis en la foto (y alguno más que hacía guardia frente a otras posibles salidas de los juzgados de Alcorcón) contra él, que jugaba solo. Además teníamos de nuestra parte a los vecinos, señoras que se paraban en mitad de la calle con el perrito o el carro de la compra para ponerle verde con más o menos rabia, guardando más o menos la compostura.

 

Nosotros estábamos haciendo nuestro trabajo, pero eso le molesta porque dice que no le dejamos rehacer su vida, no le dejamos de recordar que con 14 años (hace 8) fue condenado por participar en la violación, tortura y asesinato de una joven disminuida psíquica a la que quemaron viva en un descampado de Getafe.

 

Así que él, que ya casi ha cumplido su ridícula condena por ese atroz crimen, ha acudido esta mañana a declarar por haber intentado robar la radio de un coche, uno de los seis delitos que presuntamente ha cometido en los últimos ocho meses, estando en eso que llaman libertad vigilada y que como se ve, es muy útil para tener controlados a los delincuentes.

 

Nosotros estábamos esperándole desde una hora antes para empezar el juego, y la verdad es que ha comenzado muy mal. Nos ha metido un golazo insólito al entrar tranquilamente por la puerta desde un lateral casi sin que nadie le viera hasta que ya tenía un pie dentro y los guardias de seguridad han empezado a gritarnos que dejáramos libre la puerta.

 

Luego unos cuantos hemos subido a la sala de espera del juzgado y ahí nos hemos quedado un rato en medio de un tenso silencio, nosotros de pie, rodeándole, mirándole el cogote y él sentado en una silla mirándose los pies. Pero tenía un aspecto desvalido ahí solo en el fondo de ese pasillo, casi podría decir que de niño bueno y asustado.

 

Cuando nos ha echado la Policía y nos hemos tenido que bajar a nuestro campo a jugar, uno de los de mi equipo ha calificado certeramente lo que habíamos sentido ahí arriba: teníamos el síndrome de Estocolmo, a todos ahora nos daba casi pena, le veíamos menos malo. Pero nada como pasarse dos horas en medio de la calle esperando a que baje para espantar el síndrome, recordar las reglas de juego y luchar por ganar esa partida.

 

Él ha acabado de declarar en una hora, y se ha pasado otra más intentando buscar una salida. Pero nosotros éramos muchos y estábamos haciendo guardia en todas las puertas: cada vez que alguien daba un aviso o hacía una seña todos corríamos como locos, micrófonos y cámaras al hombro para verle salir. Sólo una vez se asomó de verdad y se volvió a meter corriendo, todas las demás fueron falsas alarmas animadas por las típicas vecinas que creen saberlo todo y haberlo visto todo.

 

Al final nos ha ganado pero con trampas, porque le han ayudado a salir de los juzgados oculto en el maletero de un coche para que no le grabáramos, a pesar de que ya no hay que proteger su imagen porque no es menor de edad, incluso él mismo se ha prestado a salir en la televisión previo pago.

 

También hemos perdido el apoyo de algunos vecinos, aunque fueran los menos. Nos increpaban que nos fuéramos de ahí porque estábamos ayudándole a hacerse famoso, aunque ellos mismos también aguardaban a la puerta para verle salir como otros tantos, demostrando que el asunto sí tiene interés para el público.

 

En cualquier caso, ésta no es precisamente la fama que él querría, así que por una vez (y sin que sirva de precedente) no voy a estar en contra de los circos mediáticos, aunque sea sólo en este caso y a pesar de que no creo que los periodistas debamos ejercer el papel de castigadores de lo que ya ha sido resuelto por la Justicia, aunque todo el mundo piense que es un castigo insignificante.

 

Si hoy no me he sentido ridícula en medio de este absurdo circo que acabo de contar de un modo tan frívolo y deshumanizado es porque creo que de verdad a la gente le interesa tener bien presente la cara del Rafita para cuando vayan a cruzarse con él por la calle, ya que en el mes de junio será completamente un hombre libre; estará absolutamente liberado del repulsivo crimen que acabó con una vida humana.

Nos quejamos porque queremos

Siempre he sabido que yo vivo mejor que los políticos, pero ahora tengo certezas. Y no lo digo sólo por mi vida personal, es que además voy casi más holgada económicamente que ellos, a pesar de los pesares. Resulta que los diputados de las Cortes Valencianas han declarado hoy públicamente sus bienes y dicen que el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, sólo tiene 905 euros en su cuenta y un coche viejo, de quince años nada menos, además de otros pequeños bienes compartidos. Así luego quién se extraña de que también hoy salte la noticia de que la economía sumergida ha crecido en el último año al 23% del PIB.

 

Cuando nada importa delinquir

Qué pena no haber tenido una cámara de fotos a mano anoche cuando vi a una pareja de policías municipales en el centro de la plaza de Santa Ana, rodeados de jóvenes haciendo impunemente botellón. ¿No estaba prohibido beber en la calle? ¿No aprobaron una ley hace ocho años en la Comunidad de Madrid para que los jóvenes borrachos no molestaran el descanso de los vecinos y dejaran las calles y plazas hechas un asco?

No es que me preocupe en exceso el hecho de que los jóvenes beban en la calle, incluso llego a entenderlo perfectamente (dentro de un comportamiento cívico) por los precios abusivos que pagamos por el garrafón inmundo que te ponen en los bares, pero lo que me parece incomprensible es esa desidia policial, sobre todo cuando en otras ocasiones he visto a una pareja de policías multando a un joven que iba andando con una lata de cerveza en la mano por Malasaña.

Si hay una ley, lo mínimo sería exigir a la policía que se moleste en pedir que la gente la cumpla. No digo ya que se líen a poner sanciones, porque según he estado leyendo, el 90 por ciento de los expedientes por botellón no llegan ni a tramitarse (en la Comunidad de Madrid se pusieron el año pasado 45.000 sanciones y llegaron a cursarse 7.000). Quizá es por eso por lo que no actuaban los policías de ayer, porque saben que no tiene sentido amenazar con unas represalias inexistentes.

Me consta que eso mismo les pasa a muchos policías y guardias civiles, que se chocan con la inutilidad de su trabajo cuando ven que los delincuentes que ellos se molestan en capturar están a los dos días paseando tranquilamente (y a menudo volviendo a sembrar el terror alegremente) por la calle, respaldados y protegidos por un código penal y unas leyes que no se sostienen en el mundo real.