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Alguien que anda por aquí

Periodismo

Los buenos periodistas y las buenas personas

 

Tuve una vez una jefa que pensaba que para ser buen periodista había que ser buena persona. Y en días como ayer, que fui a cubrir la noticia de un parricidio, sólo pienso: Ojalá.

Si fuera obligatorio ser buena persona para ejercer el periodismo, estaría prohibido que algún periodista se ponga a aporrear todas las puertas del rellano a la vez con la intención de “crear ambientillo de vecinos indignados”, que les enchufe el micro y la cámara según abren la puerta y que les interrogue con muy malos modos, nervioso porque no consigue las declaraciones que quiere para darle más morbo a la noticia, porque para algunos no es suficiente tragedia que un hombre asesine a su madre y después se suicide.

Ojalá esa clase de periodistas entendiera al menos que se consigue más intentando empatizar con la gente, ganándose su confianza. Claro que con este método obtienes menos entrevistados porque estás más tiempo con cada uno de ellos, y las declaraciones serán menos impactantes y morbosas que las que se pueden provocar con un par de preguntas malintencionadas bien hechas, así que sería deseable que hubiera más jefes afines al método de la confianza, como esa jefa partidaria de las buenas personas que tuve yo una vez. Quizá el resultado no es mayor, pero seguro que será más verdadero.


Ayudar a los "pobres vergonzantes"

 

Alguien se podría preguntar que para qué sirven los marqueses, las marquesas, los condes y las condesas hoy en día. El Ministerio de Sanidad y Política Social responde: “para atender a los pobres vergonzantes y ancianos solitarios venidos a menos que vivan solos o en condiciones precarias, con su familia o con personas a quienes también estorban, o en residencias que tienen deficientes condiciones de higiene y en donde además les traten mal”.

Ése es el fin con el que se ha constituido la Fundación Marquesa de Balboa, inscrita en el Registro de Fundaciones del Ministerio de Sanidad y Política Social, y que pretende atender “primero a las mujeres, y preferentemente a las que tuvieron una buena posición, con preferencia a las personas de la condición social que tuvo la  Excma. Sra. Marquesa de Balboa, que necesitan ayuda y no se atreven a solicitarla o no lo consiguen".

A mí esta noticia me ha sonado a esperpento, y cruel por el lenguaje que emplean para justificar sus fines solidarios. Me da que la decisión de crear esta Fundación la han tomado unas señoronas que quieren salvar su conciencia social ayudando a los que fueron de los suyos mientras remueven con sus dedos ensortijados una taza de té, pero es cierto que es un drama real de nuestra sociedad y que no soy yo nadie para opinar sobre lo que cada persona quiere hacer con su dinero.

Por eso me he dado una vuelta por los centenares de comentarios que han dejado los cibernautas sobre esta noticia en los periódicos digitales, y la verdad es que la gente es muy ingeniosa, sus opiniones no tienen desperdicio.

Una lectora apunta que esta situación ya quedaba patente en el tercer amo del Lazarillo de Tormes, con el hidalgo que se ponía migas de pan en la barba para aparentar que había comido.

Hay quienes defienden esta causa porque saben que los que fueron ricos prefieren morirse de hambre antes de reconocer que necesitan ayuda, porque si es duro estar abajo, más duro todavía es caer al suelo desde arriba y “la vanidad y el orgullo no dan de comer”; incluso hay quien contraataca a los “progres de oficio” diciendo que es mejor gastarse el dinero en ayudar a los que tuvieron mala fortuna que en cremas antiedad o en defender la causa de las chinchillas martirizadas.

Pero la mayoría son críticas a esa aristocracia rancia que podría protagonizar una película de Berlanga o un libro de Galdós, denunciando que alguien “anteriormente rico tenga más derecho que un pobre de toda la vida porque ha sido rico”. Hay también a quien le surge el humor para animarnos a colaborar con la causa: “Ponga un ex-rico en su mesa. Sabe usar mejor los cubiertos”.


Cómo hablar mucho sin decir nada

No es magia. Los periodistas somos testigos muy a menudo de que es perfectamente posible rellenar una rueda de prensa sólamente de palabras. Sin ideas ni proyectos ni datos, sólo palabras que suenan bien, palabras que contestan incluso a preguntas concretas. Cuando no se tiene absolutamente nada que decir, supongo que es mejor no quedarse callado, porque las palabras lo disimulan y el silencio es mucho más elocuente.

Pero esta habilidad engañosa no es patrimonio exclusivo de los políticos, por mucho que sean los que la manejen con más descaro, también los periodistas a menudo tenemos que hablar mucho sin saber. Porque nos mandan rellenar o porque queremos parecer más listos que nadie.

Decía una compañera del gremio que el periodismo es el arte de ocultar lo que no sabes con estilo, y yo, sin llegar a tanto, coincido en que lo mejor que nos enseñaron en la facultad de Periodismo es a rellenar un folio en blanco. Sin ironías; es muy útil para la vida profesional. Si llegas cuarto de carrera y no sabes qué poner en un examen, mejor retírate, porque siempre hay algo que puedes poner, algo que te suene y que deberías saber escribir bien, aunque sólo sea por la cantidad de veces que repiten los mismos conceptos a lo largo de los cinco años de licenciatura y que siempre tienen que ver unos con otros.

Para muestra, un botón. No voy a confesar aquí las veces que yo he tenido que rellenar unos minutos de programación o unos párrafos echándole imaginación al asunto, que al fin y al cabo es mi trabajo, sino que voy a dejaros este cuadro que circula por internet. Empezando por el "queridos compañeros" de la primera casilla, probad a leer, al azar, una frase de la columna 1, luego otra de la columna 2, después otra de la columna 3 y por último una cualquiera de la columna 4, y así sucesivamente, sin que tengan que ser de la misma línea. Veréis cómo resulta un discurso grandilocuente y válido para casi cualquier tema que tratan nuestros políticos.

 

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Queridos compañeros

la realización de las premisas del programa

nos obliga a un exhaustivo análisis

de las condiciones financieras y administrativas existentes.

Por otra parte,y dados los condicionamientos actuales

la complejidad de los estudios de los dirigentes

cumple un rol escencial en la formación

de las directivas de desarrollo para el futuro.

Asimismo,

el aumento constante, en cantidad y en extensión, de nuestra actividad

exige la precisión y la determinación

del sistema de participación general.

Sin embargo no hemos de olvidar que

la estructura actual de la organización

ayuda a la preparación y a la realización

de las actitudes de los miembros hacia sus deberes ineludibles.

De igual manera,

el nuevo modelo de actividad de la organización,

garantiza la participación de un grupo importante en la formación

de las nuevas proposiciones.

La práctica de la vida cotidiana prueba que

el desarrollo continuo de distintas formas de actividad

cumple deberes importantes en la determinación

de las direcciones educativas en el sentido del progreso.

No es indispensable argumentar el peso y la significación de estos problemas ya que

nuestra actividad de información y propaganda

facilita la creación

del sistema de formación de cuadros que corresponda a las necesidades.

Las experiencias ricas y diversas muestran que

el reforzamiento y desarrollo de las estructuras

obstaculiza la apreciación de la importancia

de las condiciones de las actividades apropiadas.

El afán de organización, pero sobre todo

la consulta con los numerosos militantes

ofrece un ensayo interesante de verificación

del modelo de desarrollo.

Los superiores principios ideológicos, condicionan que

el inicio de la acción general de formación de las actitudes

implica el proceso de reestructuración y modernización

de las formas de acción.

Incluso, bien pudiéramos atrevernos a sugerir que

un relanzamiento específico de todos los sectores implicados

habrá de significar un auténtico y eficaz punto de partida

de las básicas premisas adoptadas.

Es obvio señalar que

la superación de experiencias periclitadas

permite en todo caso explicitar las razones fundamentales

de toda una casuística de amplio espectro.

Pero pecaríamos de insinceros si soslayásemos que

una aplicación indiscriminada de los factores concluyentes

asegura, en todo caso, un proceso muy sensible de inversión

de los elementos generadores.

Por último, y como definitivo elemento esclarecedor, cabe añadir que

el proceso consensuado de unas y otras aplicaciones concurrentes

deriva de una indirecta incidencia superadora

de toda una serie de criterios ideológicamente sistematizados en un frente común de actuación regeneradora.

Las desgracias que no suceden lejos

Son las diez de la noche de un día de diario. Estás en casa, supongamos que en pijama. Oyes un crujido, miras una grieta, llaman a la puerta, coges el abrigo, bajas a la calle, de repente todos los vecinos están fuera del edificio y en diez minutos te has quedado sin casa. Te quedas en la acera de enfrente viendo cómo se caen los techos, viendo cómo se abren las paredes, esquivando quizá las piedras de lo que fue tu casa. Estás en la calle con lo puesto rodeado de todos esos con los que te cruzabas en el ascensor sin saber de qué hablar.

Anoche se derrumbó un edificio de viviendas en Madrid y fue tal cual, dicen los propietarios que nunca habían tenido problemas. No hay víctimas gracias a que un vecino se dio cuenta pronto de que eran extraños esos crujidos y fue avisando a todo el bloque: "bajad, que el edificio se hunde", les decía. La causa, dicen, podría estar en las lluvias, que habrían afectado a los cimientos (de un edificio que ha estado en pie cincuenta años, como si no hubiera llovido nunca antes) o las obras en el edificio contiguo (a más de uno se le tendría que caer el pelo por las consecuencias de sus chapuzas).

El caso es que 28 personas se han quedado en la calle con lo puesto, y a ver qué hacen. Yo me pongo en su lugar y tiemblo. Claro que es insignificante e incluso obsceno comparado con lo que están sufriendo en Haití y con los cientos de desgracias cotidianas que padece el planeta, pero así somos, egoístas y egocéntricos, siempre nos preocupa más lo que sentimos más cerca. Lo que podemos reconocer con nuestros ojos porque hemos pisado esa calle, lo que creemos que podría habernos pasado a nosotros, de lo que sentimos que podríamos no habernos librado.

Los otros cataclismos suceden lejos, y no conocemos a nadie que estuviera allí. Ni siquiera cuando hay periodistas en la zona del desastre que nos traen imágenes y testimonios de la barbarie a casa conseguimos indignarnos más allá de unos breves minutos en el mejor de los casos, no lo sufrimos porque no somos capaces de ponernos en su lugar.

 

La política del dejarse ver

La política del dejarse ver

Tengo una amiga que dice que en este mundo, los trabajadores se dividen en dos: los que se lo montan bien y todos los demás. Casi todos los que están ahí arriba son de los que se lo han montado realmente bien. Y si no, que alguien me explique qué hace toda esa gente ahí, pasando la mañana al fresco. Y digo casi todos porque en la foto hay también unos cuantos periodistas, que han tenido que ir a cubrir el acto en cuestión, a saber: la visita de un ministro a un centro cívico a medio hacer. Por eso están ahí todos haciendo paseíllo, esperando a que llegue el coche oficial del representante del Gobierno que ha financiado su construcción.

 

Al margen del motivo puramente propagandístico de la visita, porque ya me diréis qué pinta un ministro mirando cómo van las obras (¡ni siquiera iba a inaugurar el edificio! ¿no tendrá mejores cosas que hacer?), de toda esa gente, a mi modo de ver, sólo hacen falta como mucho cuatro: el ministro, el alcalde como anfitrión y sus jefes de prensa respectivos para atender a los medios. Todos los demás, a trabajar en sus cosas. Podrían estar atendiendo otros asuntos en esos momentos los seis alcaldes de municipios vecinos -a los que no influye la infraestructura-, los varios responsables de prensa de los correspondientes gabinetes, los concejales de todas las áreas de gobierno -implicadas o no en la construcción del centro- y demás personal asalariado con dinero público.

 

Y ésta no es de las peores visitas a las que he asistido, ni la más concurrida, ni la más extravagante, hay actos de este tipo en los que los políticos se visten como para ir de boda, se ponen sus mejores galas para salir en la foto. Y actos en los que hay hasta seis asesores acompañando a la política de turno, más una encargada sólo de arreglarle el vestido. En esta visita de hoy, al menos conocía a la mayoría de los presentes, todos escaleras para arriba-escaleras para abajo detrás del ministro, todos mirando en la azotea hacia donde mira el ministro, todos atendiendo las explicaciones del arquitecto que está escuchando el ministro.


Me consta que muchos de los que están en la foto trabajan y bien e incluso mucho por los ciudadanos, pero su trabajo de esta mañana consistía simplemente en estar ahí, haciendo bulto. Cada vez con más frecuencia, el trabajo de los políticos consiste en dejarse ver, y se pasan la vida de visita en visita. A veces me pregunto cuándo sacan tiempo para trabajar en lo que tienen que trabajar (y que luego inauguran con sus correspondientes testigos mediáticos y vecinos sonrientes), pero en seguida me respondo cuando pienso en la cantidad de asesores y cargos de confianza que tienen a su disposición.

 

Qué pueden hacer los periodistas por Haití

En días como éstos, echo de menos el tiempo en que nos advertían desde los telediarios que las imágenes que nos iban a mostrar a continuación podían herir nuestra sensibilidad. Ya casi nunca lo hacen. Será que nos hemos acostumbrado, será que ahora aguantamos más. Será, como dice un poema de Ángel González, que nos hemos vuelto "invulnerables / de tanto vulnerados / insensibles / de haber sentido tanto".

Será que necesitamos ver esa crudeza desde el salón de nuestra casa, que se nos atragante la comida y que se nos quiten las ganas de seguir comiendo, para solidarizarnos durante unos minutos antes de seguir con nuestra vida y, en el mejor de los casos, enviar ayuda. Y qué otra cosa vamos a hacer. Decía una mujer que tiene apadrinada una niña haitiana que está preocupada porque, de entre toda la gente que está deambulando por los escombros de lo que fue Puerto Príncipe, ella conoce a una que tiene nombre y apellidos, y una fotografía guardada en el álbum familiar.

¿Cuánto tardarán en dejar de impresionarnos las imágenes que estamos viendo del terremoto que ha asolado Haití en los informativos? Y entonces, cuando llegue ese momento, ¿qué?

 

De cómo el periodismo te embrutece

No te puedes echar a llorar por un par de muertos desconocidos, por unos muertos por los que seguramente nadie ha llorado. Aunque los muertos se presenten ante tus ojos en medio de un descampado en un día de lluvia, tumbados juntos en una misma cama, carbonizados e intactos sobre la montaña minúscula de cenizas de lo que fue su casa. No te vas a poner a llorar.

Esta pasada madrugada dos personas han fallecido mientras dormían en el interior de una chabola de Leganés a causa de un incendio. Según apuntan los testigos, el origen del fuego pudo ser una vela que las víctimas utilizaban para alumbrar y calentar la estancia. Unos diez habitantes de las chabolas vecinas intentaron sofocar las llamas echando paladas de nieve pero murieron asfixiados por el humo antes de que pudieran llegar los bomberos. En pocos minutos, la infravivienda quedó completamente reducida a cenizas, ya que estaba construida a base de puertas viejas de madera, telas y cartones. Los fallecidos eran una mujer de 29 años y un hombre de 38 que según el Ayuntamiento, habían rechazado en varias ocasiones la ayuda de los servicios sociales.

Alguien me dijo una vez que cómo éramos tan brutos los periodistas, que ni siquiera nos molestábamos en decir "fallecidos". Que si no nos dábamos cuenta de que era ofensivo para los familiares escuchar en todos los medios que uno de los suyos está "muerto". Es verdad que cuando tienes que informar sobre un suceso con víctimas mortales muchas veces no te paras a pensar en la gravedad de los hechos desde un punto de vista puramente humano, no sientes el drama sino que informas y punto: cuentas lo que estás viendo y punto, hablas de lo que te han contado que ha sucedido y punto, interrogas (a menudo con poco tacto) a los testigos y punto: esperas en la calle o en el bar de enfrente a que el juez levante el cadáver y punto, coges el coche y te vas.

A veces ni siquiera eso. Ponemos el micrófono al primero que pasaba por allí y tenga algo que decir, o a los típicos vecinos que se arremolinan en medio de la calle en cuanto ven policía y cámaras, esos que siempre, sepan lo que sepan de las víctimas, quieren hablar. Si con suerte hemos llegado con tiempo al lugar del siniestro, tendremos al menos la oportunidad de utilizar el criterio y la sentatez para desechar esas declaraciones hechas por puro afán de protagonismo de los falsos testigos. Si con suerte tenemos criterio.