Estúpida historia con final infeliz
Hubo una vez por lo visto un hombre que dedicó gran parte de su tiempo a idear una forma más rápida y cómoda de tomarse el café. En un alarde de ingenio, inventó un buen día los azucarillos alargados, que a su entender eran más prácticos para endulzar la bebida si los abrías por la mitad y dejabas caer todo el azúcar desde cada uno de los lados.
Pero, quién sabe por qué, nadie hacía caso de su invento, los seres humanos somos animales de costumbres y a veces tan reacios a las modernidades que, cuando nos encontrábamos con uno de esos azucarillos alargados, insensiblemente los abríamos por uno de los extremos y, limitándonos a girar 90 grados la muñeca, dejábamos caer todo el azúcar de golpe. Al parecer, ese sencillo y retrógrado gesto de volcar el azucarillo ponía de los nervios al inventor, que acabó suicidándose, frustrado e incomprendido porque todo el mundo ignoraba su creación.
Tengo un amigo al que le gusta contar de vez en cuando esta historia cuando estamos en una cafetería de azucarillos alargados y a mí me gusta creérmela sea verdad o leyenda. Siempre que la escucho primero pienso: “pobre tipo” y me arrepiento de no haberme acordado a tiempo de él para hacerle ese sencillo homenaje, aunque sólo sea para comprobar si de verdad es más cómodo abrirlos por el medio.
Primero pienso: “pobre tipo incomprendido” e inmediatamente después: “¡pero qué idiota!” ¿Qué clase de loco es capaz de suicidarse porque la gente no haga caso a su manía?. A él qué más le daba cómo se eche la gente el azúcar a su café, y qué si nuestro modo es menos cómodo, y qué si tardamos más tiempo, si precisamente nos vamos a tomar un café para disfrutar de ese pequeño tiempo de ocio.
2 comentarios
DIAVOLO -
Anónimo -
_K_
nota:madre mia no habia reparado en lo bien que escribes nena!parece que no s´´olo sabes hablar :P