Si te rallas, empapela
Él y ella se conocieron una noche, y como aquél que dice, surgió el amor. Es una historia verídica, me la ha contado la protagonista tomando unas cañas. Él estaba recién llegado a Madrid, buscaba piso y ella no se lo pensó demasiado: le ofreció una habitación de su casa hasta que encontrara algo. Vivieron juntos y felices unos días muy intensos, subidos en la habitual nube de color rosa que envuelve a los enamorados, hasta que él encontró su propio piso en la calle Pez, le dijo a ella, que justo se marchaba al día siguiente una temporada de vacaciones.
Toda historia de amor tiene su momento trágico para que sea una buena historia y el amor pueda consolidarse o no, y en ésta el problema fue que ella, chan tatachaaaaaaaaaán... perdió el móvil. Con el número de teléfono de él, obviamente. La única forma de comunicarse con él, sus únicas señas.
Aquí se viven los momentos más tensos de la historia: ella que no come ni duerme ni ríe ni vive la vida pensando en él, lamentándose por su mala suerte, maldiciendo no haber memorizado el número, no haberle acompañado a ver la casa, no saber sus apellidos, llorando por las cuatro esquinas esa manera tan tonta de perder el amor.
Ella continúa llorando la pérdida de su amor a su regreso a Madrid, él no aparece por ninguna parte. Hasta que a ella se le ocurre intentar encontrarle con el único dato que él le dio al marcharse: se iba a vivir a la calle Pez. Ni corta ni perezosa, reunió a unos cuantos amigos, compró cartulinas y se pusieron a pintar decenas de carteles de todos los colores, con diferentes estilos, dibujos, tipografías y tamaños con un único mensaje para él: que ella le estaba buscando.
La tarde que se pusieron todos los amigos a pegar los carteles por la calle Pez, la gente se les quedaba mirando y les preguntaba qué estaban haciendo, asombrados, curiosos. Algunos se unieron a ayudarles a pegar carteles, otros querían llevárselos a casa porque realmente habían quedado bonitos y eran un buen recuerdo de una bonita historia.
Consiguieron empapelar la calle de arriba a abajo para que no hubiera modo de que Él no los viera al salir o al entrar en su casa, viviera donde viviera. Ella estuvo esperando todos los días a todas las horas que sonara su teléfono y fuera Él, reaparecido, pero no reapareció.
Aún así ella no se dio por vencida, siguió esperándolo muchas noches de insomnio hasta que en una de ésas, se le encendió una lucecita y repentinamente recordó algunas palabras de la dirección de correo electrónico de él, que era una frase muy característica. Así que escribió un mail a todas las variantes que se le ocurrieron con esas palabras que recordaba y ahí sí que le encontró. Él también la había estado buscando. No se podía creer que no le hubiera cogido el teléfono en todo ese tiempo que ella estuvo de vacaciones. Y no, qué va, no había visto los carteles porque se pasó una semana con gripe sin salir de casa.
Se reencontraron y estuvieron enamorados algún tiempo más, es una historia bonita aunque no tuvo un final feliz. Ella sigue pensando que mereció la pena, aunque matiza que lo de empapelar toda la calle Pez con carteles no lo hizo por él, sino por ella, porque era una idea tan buena que si tenía la excusa, no podía dejar de hacerlo. “No hay que rallarse", es su lema, "y si te rallas, empapela”.
7 comentarios
elena -
Espero que finalmente tengas suerte en tu búsqueda del sueco, no te conozco ni conozco bien la historia, pero tu ilusión y tú merecéis un final feliz!!
y si no, si quieres te construyo uno... Ray Loriga dijo una vez que la fantasía es más cierta que la realidad, porque al fin y al cabo lo que te pasa no deja de ser un accidente...
Mar -
después de leer tu blog, me he hecho fan!
gracias por la ilusión que transmites!!
mar
ps. por el momento, ni rastro del sueco
Alma -
Mmmmuaaaaaa
Elena -
Juanete -
Carolina -
Alf -