Ven, siéntate, tengo que contarte una cosa, me dice el desconocido
en tono grave. Yo no me puedo creer que un hombre como él me vaya
a hacer una confidencia, y más sabiendo que soy periodista, pero
precisamente por eso, me dice.
Quiero que entiendas que todo lo que te voy a contar es estrictamente
confidencial, que no puede salir de aquí, yo nunca te he comentado
nada y menos aquí dentro. Intrigada, le sigo el juego y estoy a punto
de cerrar la puerta, o de proponerle que nos veamos en un lugar más
discreto, pero él continúa hablando en voz baja, sentado cerca de mí
y mirando al suelo.
Es una situación un poco embarazosa -reconoce-, me da mucha
vergüenza pero tengo que decírtelo, no puedo dejarlo más tiempo,
esperaba que vinieras antes. Yo intento esconder una sonrisa nerviosa
porque me parece desmesurado su tono y trato de transmitirle confianza
con la mirada, le digo “adelante” sin palabras.
Pero él continúa dando rodeos alarmantes, me pregunta quién, cómo,
cuándo, dónde como un novio celoso y eso me desconcierta.
En cuanto empiezo a hablar, me arrepiento, pero a él no sé contestarle
con evasivas.
Pero él hace como si no tomara nota de mis comentarios, como si
sólo preguntara para ganar tiempo, y de hecho lo gana: diez minutos
después se levanta de su sillón aliviado y aparece en la estancia
el otro tipo, el que me da más confianza, que entra con las manos frías
y el abrigo puesto. Del bolsillo saca un regalo. De joyería, envuelto
en rojo. Es para ti, es el primero, ábrelo, espero que te guste, creo
que es de tu estilo, si no te lo cambio.
Sonríe. Sonrío.
2 comentarios
elena -
Anda, vente pa´madrid, que me tienes que meter en cintura!!
Alf -