Huérfana de lo cotidiano
Algunos no se lo creerán, pero hubo un tiempo en que la gente se echaba a las calles sin un teléfono móvil en el bolsillo. En aquella época yo tenía tanta o más vida social que ahora, y de alguna manera misteriosa conseguía mantener el contacto físico con las personas de mi entorno y llegar a tiempo a las citas sin necesidad de darles un toque ni avisarles por mensajitos de que llegaba para variar tarde.
Sin embargo, esta noche se me ha cortado la respiración unos instantes cuando me he dado cuenta de que me había dejado el móvil cargando en casa, y ya estaba metida en el metro.
Hace años que superé mi dependencia del reloj, me lo propuse como terapia para disfrutar más del tiempo sin estar tan pendiente de la hora. Ya no llevo reloj de pulsera ni lo echo de menos, pero hoy me he dado cuenta de que me he convertido en una yonki del móvil.
Supongo que alguna vez habréis sentido esa sensación de orfandad: si no llevo el móvil encima, parece que se entrecorta mi vida social. No me entero de lo que pasa, quizá me haya llamado para avisarme de que llega tarde, de que cambia el lugar de encuentro, de que una avalancha de nieve le impide salir de su casa... o de que me ha dado plantón.
Porque en ese momento en el que te ves sola en mitad de la calle en medio de tanta gente que se da dos besos, abrazos y arrancan a caminar juntos, empiezas a replanteártelo todo. A dudar de dónde, cuándo, cómo hemos quedado... y si me apuras incluso por qué: ¿de verdad teníamos ganas de vernos... no nos hemos dado largas y ha quedado todo en un “ya nos veremos”?
Déjate de tonterías y piensa en soluciones. No las hay. No queda otra que esperar. Hay cabinas telefónicas, claro, pero acabo de caer en la cuenta, aterrada, de que únicos números de teléfono que me sé de memoria no me sirven para nada: el de la casa de mis padres y el de un amigo que ahora mismo estará en Munich.
Son los únicos que he tenido que marcar, uno a uno, con los deditos. Y el de mi amigo porque hubo un tiempo en que tuve que recurrir a él de madrugada cuando yo aún no tenía teléfono móvil y él sí. En situaciones desesperadas se agudiza el ingenio y fui capaz de recurrir a la memoria, ahora atrofiada porque todo me lo recuerda la agenda del móvil. Otro día si queréis os cuento esa historia, ahora la moraleja queda clara.
Ha sido tal mi desasosiego que he estado a punto de preguntarle la hora a la gente para ver si mi cita no aparecía porque aún era pronto o si ya era demasiado tarde... hasta que me he dado cuenta de que estaba justo debajo del reloj de la Puerta del Sol.... a veces, para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada, que decía el poeta.
4 comentarios
Elena -
seguiré haciendo ejercicios de libertad... ;-)
Iratxe -
Totalmente identificada, tb me quite el reloj hace ya muchos años ( por sentirme mas libre) y tb pasé de no querer movil a sentirme así si alguna vez no lo tenia....pero es solo las primeras veces, como todo, si vas haciendo el ejercicio de no llevarlo cada vez lo necesitas menos...y tb te sientes más libre, maldita libertad¡¡¡ cuanto esfuerzo .... Me ha encantado volver a leerte.
Elena -
Veronica -