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Alguien que anda por aquí

De Príncipes y Princesas

Muy seriamente, sin ningún pero

No tendría más de 20 años el chico que se sentó delante de mí en el tren. Camiseta negra desgastada, vaqueros anchos, pelo pincho, cara de no haber dormido mucho ayer. “Te lo juro tío, en serio”, iba diciendo por su teléfono móvil: “Le he pedido a mi novia muy seriamente que se case conmigo y ella muy seriamente me ha dicho que sí”.

 

Lo decía contento, convencido, triunfante. Hablaba con toda la seriedad de los 20 años; es decir: ninguna. Y toda a la vez. Sólo se puede estar tan convencido de algo a los 20 años. Cuando no tienes miedo de nada y todo son certezas. La vida es así y así. Muy seriamente, nos vamos a casar. El felices para siempre se sobreentiende, esos rollos que les pasan a los otros a mí no me van a pasar.

 

Miro a ese chico de 20 años con superioridad, con indulgencia, como si yo supiera algo que él no sabe. Desde la treintena se conocen muchos más grises, no estás tan seguro de nada. Pero igual soy yo la que ha olvidado algo importante. Que con esa mochila cargada de matices no se llega a ninguna parte, que con tantos peros no es posible avanzar. Hay que ir soltando lastre, tomarse la vida tan en serio como ese chico de 20 años, con esa aplastante seguridad: eso es lo que queremos y así va a pasar.

Contra las perdices III: Acabar comiendo pájaros no es un buen final

Esas cosas no solo pasan en las películas. También en la vida real a veces te sacan a bailar. En un parque, sobre el césped, detrás de un violinista que toca sin mucho entusiasmo y desafina, pero no os importa: es mejor, os reís y se nota menos que no sabéis llevar el compás.

 

La vida real se convierte a veces en un mundo azucarado, en el que todos los camareros son amables y si no tienes suelto deja, ya me pagarás. Atardece sobre los tejados de la Gran Vía descorchando un vino, se abren paso las confidencias frente a la Puerta de Toledo, en la plaza de Ópera hay un hombre dibujando pompas de jabón: redondas como nuestros sueños, indomables, se deforman y estallan.

 

Eso es lo que esperáis de vuestra relación: que se rompa de un momento a otro, dejando en el aire un arcoiris efímero. Por eso os empeñáis en encontrar las fisuras, en poneros a prueba, pero no se os da bien romper. Cada descubrimiento es un reconocimiento. Dijisteis inconscientemente que volveríais a veros y aquí estáis: viviendo sin cansaros 120 horas juntos, flotando por la ciudad.


Lo que es distinto es la despedida en el aeropuerto: nos han mentido las películas románticas. No es posible convencer a las azafatas para detener el avión. De hecho, ni siquiera te dejan llegar a la puerta de embarque. Las despedidas reales en los aeropuertos se enredan en el laberinto de cintas y postes frente a los arcos de seguridad.

 

No tienen nada de romántico; estás ahí haciendo cola, otros pasajeros empujan, tropiezas con los contenedores para tirar los líquidos, te obligan a vaciar los bolsillos y a medio deshacer la maleta, pasas con las manos en alto, sin cinturón, descalzo. Esa es la última imagen de la película, así es como tú te entregas: a descubierto, le hacemos paso al corazón.  

 

 

Que no te vendan amor sin espinas

Que no te vendan amor sin espinas

Dicen que los rinocerontes están emparentados con los unicornios. El rinoceronte sería el primo feo, podríamos decir. Más gordo, más torpe, definitivamente más feo... pero es el que está aquí. Allá el unicornio en su mundo mágico, cabalgando entre las flores, saltando de nube en nube, dejando con su trote destellos de luz.

 

Al rinoceronte le decimos: mira tu primo qué guapo, qué atlético, qué grácil, qué alegre... pero es fácil ser todo eso en un mundo de fantasía. Baja al unicornio a este planeta, y se convierte en un rinoceronte. Hay que tener cuatro patas gruesas para pisar el barro de este mundo real.

 

A veces el rinoceronte no puede con el peso de las comparaciones y se esfuerza por adelgazar. Pero escucha, nunca serás un unicornio. Eres así de feo. Eres hermoso. Nadie puede cabalgar entre las nubes. Bájate de la cinta, chapotea alegre entre nosotros. Necesitamos al unicornio para colorear nuestros sueños y al rinoceronte aquí para avanzar.

Me preguntaba por qué

 

Por qué te atrae quien te atrae. Cuando me vine a vivir a Madrid, compartía habitación con una chica en una residencia de estudiantes. Con una completa desconocida, y ni siquiera tenía un rincón solo para mí, ningún espacio para la intimidad. Se llamaba igual que yo, pero el nombre era lo único que teníamos en común.

 

No podía haber nadie más opuesto a mí en forma de ser y en cuestiones prácticas: ella era terriblemente madrugadora y yo una noctámbula empedernida, ella adoraba la música que yo detestaba... pero es que Elena, además, odiaba leer. No es que no tuviera el hábito de la lectura, es que no daba crédito cuando me veía con un libro entre las manos, me preguntaba por qué. ¿Por qué lees?, me decía.

 

Yo lo que me preguntaba y aún me pregunto es cómo pudimos vivir dos años juntas y llevarnos tan bien. Jamás tuvimos una discusión, ningún problema. Nunca pensamos en cambiarnos de habitación, en probar a convivir con otras compañeras de las que nos habíamos hecho amigas. Nos teníamos mucho cariño, de alguna manera extraña, estábamos a gusto juntas. Tan separadas pero juntas. Viéndonos la una a la otra como bichos raros, pero juntas.

 

No echábamos de menos escuchar música sin los cascos. Nos acostumbramos sin pesar a ser sigilosas para no despertar a la otra, ella por las mañanas y yo por las noches. Ella se perfumaba en el pasillo, fuera de la habitación, y lo hacía riéndose de que a mí me pareciera apestosa una colonia tan cara.

 

Me acuerdo de ella ahora, tantos años después, no porque obviamente me haya hecho con el paso del tiempo más ermitaña, sino pensando en lo difíciles que somos de prever. No hay manera de averiguar por qué te gusta lo que te gusta. Por qué te atrae quien te atrae. No puedes elegir.

 

Pensaba en los prejuicios que tenemos, también. Hoy se han sentado a mi lado en el Metro dos chavales con los que a simple vista tampoco tengo absolutamente nada en común. Aspecto de pandilleros, quinquis con ganas de marcha. Uno iba con la música en el móvil a todo volumen, pero al verme con un libro, enseguida el otro le ha dicho: “baja eso, tío, ¿no ves que hay gente intentando leer?”. De inmediato ha bajado el volumen: “Es que como nos pasamos todo el día en el Metro me creo que es mi casa”.

Es más fácil en las películas

En las películas resuelven mejor este tipo de asuntos.

 

Siempre hay beso cuando sobreviene un silencio

y el chico y la chica se miran,

se sonríen y están cerca, cada vez más cerca

 

Nadie tiene miedo de lo que pueda pasar después

 

A ella siempre se le ocurre una frase fulminante

que deja paralizado al malo de la película

mientras huye hacia la secuencia final, triunfal y victoriosa

 

Y cuando ella se encuentra con su ex

sabe perfectamente qué decirle,

qué sonrisa escoger,

cómo taladrarle con la mirada

si lleva colgando una nueva novia

con la que -oh, sí- parece

que sabrá mantener una relación seria.

 

Normal que la vida sea más fácil en las películas

las puñaladas no duelen, la sangre es de mentira

los actores siempre saben lo que va a pasar a continuación

hay cámaras que enfocan siempre al lugar adecuado

un ejército de guionistas se encarga de llenar los silencios.

Reflexiones espacio-temporales

Todos sabemos que el tiempo y el espacio son dos cosas diferentes, y vivimos con esos dos conceptos bien diferenciados en nuestras cabecitas, ajenos a la existencia de una Sociedad Internacional de físicos y filósofos para el estudio de la naturaleza espacio-temporal (Spacetime Society).


Quizá nos preocuparíamos por conocer las conclusiones de los miembros de esta Sociedad si ellos se ocuparan de resolver los verdaderos momentos en que la conjunción del espacio y el tiempo nos crean conflictos en la vida cotidiana: cuando estamos en un atasco en Madrid capital a las diez menos cuarto de la mañana y nuestro jefe cree que llegaremos a las diez en punto a Aranjuez.


También se difuminan los contornos del tiempo y el espacio en las relaciones personales. Cuando eres adolescente, insistes en crear tu propio espacio, cuando lo que realmente necesitas es que pase rápidamente el tiempo para llegar a ser tan mayor como tú te crees.

 

Los jefes y los adolescentes no saben diferenciar el tiempo del espacio, pero en realidad todos en alguna ocasión los hemos confundido a propósito. Cuando se trata de romper una relación de pareja asfixiante, pedimos tiempo cuando en realidad lo que queremos es recuperar nuestro propio espacio, y todo el mundo acepta que pedir “tiempo para pensar” es en realidad un eufemismo para poner tierra de por medio.

 

Variaciones sobre San Valentín V

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Variaciones sobre San Valentín III

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Variaciones sobre San Valentín IV

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Variaciones sobre San Valentín II

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Variaciones sobre San Valentín

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Estos novios de usar y tirar

Siempre queremos lo que no tenemos, siempre queremos otra cosa. A mí que tengo el pelo liso, me encanta que se me rice cuando viajo a una ciudad de clima húmedo.

Tenemos un móvil que funciona bien pero queremos uno más moderno que tenga más funciones aunque no vayamos a utilizar ni la mitad de ellas. Se nos estropea el DVD y ni siquiera nos molestamos en ver si se ha cumplido la garantía para llevarlo a reparar, nos compramos uno nuevo y mejor, aprovechamos que ya teníamos ganas de cambiarlo.

Es esta sociedad de consumo que nos empuja a tener cada vez más coas, cada vez más nuevas. También porque ahora las cosas no se hacen para que duren, es más barato comprarlas nuevas que repararlas, y sobre todo es más rentable para el mercado crear cada poco tiempo una necesidad nueva, inventar una moda nueva que haga inservible la anterior.

Todos, en mayor o menor medida, aunque queramos escaparnos, nos dejamos llevar por esta sociedad de consumo, por el ansia de lo nuevo, por la costumbre o la moda del usar y tirar: algo mejor vendrá o ya ha venido y yo aún no lo tengo.

A la vista de lo que sucede a mi alrededor, parece que eso mismo pasa con las relaciones. Ya no nos esforzamos por mantenerlas, por cuidarlas, por arreglarlas cuando se estropean, cuando surge un problema entre los dos. Esto falla, ya no me sirve, algo mejor vendrá.

Como si una pareja lo fuera solo para los buenos momentos, cuando precisamente si tienes una pareja es porque has decidido compartir con ella tu vida, que no será siempre de color de rosa. Y es en esos momentos cuando la pareja tiene que ayudarte a ver la vida de otro modo, con su apoyo explícito o con su silencio, acompañándote y no huyendo ante la primera dificultad, construyendo juntos o reconstruyendo la vida en rosa a nuestro alrededor.

Tampoco te pregunté si tenías decencia

Hay que ver cómo está el patio. (La historia que voy a relatar a continuación está estricta y textualmente basada en hechos reales)

Él y ella viven un fugaz pero apasionado romance y mantienen viva la llama a pesar de la distancia durante semanas con largas llamadas telefónicas y correos electrónicos a diario. Él le dice que la quiere. Ella también lo quiere a él. Planean con ilusión un segundo encuentro. A punto de comprar los billetes de avión, él considera que es el momento oportuno para informarle de que tiene novia.

Ante la evidente sorpresa-estupor-indignación-enfado monumental de ella, la respuesta de él es simplemente demoledora:

- ¡Es que no me preguntaste si tenía novia!

Estos novios de ahora

Son muy pesados estos novios de ahora. Acabamos de empezar a salir y ya me ha mandado tres mensajes. También son muy raros estos novios de ahora. El que me acabo de echar, ya se ha asegurado de que vamos a estar juntos más de un año, ¡hasta le he tenido que dar el “sí quiero” para que se quedara tranquilo!


Ya no son como los de antes, que empezabas la relación con las típicas dudas, sin saber si le estabas agobiando por querer hablar con él a todas horas, y sobre la marcha ibas viendo. Antes, si pasado un tiempo no lo veías claro, empezaba el ritual de súplicas y carantoñas, como era lógico y de esperar, pero ahora no. Los de ahora quieren comprobar que te comprometes antes de empezar nada.

Supongo que así al menos no te llevas desilusiones, te ahorras disgustos, pero dónde quedan aquellos románticos que se tiraban a la piscina sin saber si había agua pero para asegurarse un golpe mullido llenaban la piscina de flores.


Hoy no ha habido flores ni nada que se le parezca, pero desde luego, lo mío con Orange es lo más parecido a tener un novio. Ya os digo que hasta le he tenido que dar el “sí quiero”, y además ha grabado la conversación. Supongo que para echármelo en cara si algún día me arrepiento de haberme casado con él, como devuelven las novias despechadas un cristalito en forma de corazón, como se reprochan las cartas que juran amor eterno cuando la eternidad se vuelve efímera.


Al menos mi nuevo novio se lo está currando, se le ve que tiene intención de cuidarme. Ya digo que me ha mandado tres mensajes al móvil en menos de dos horas. Pero no eran románticos, más bien eran como los sms de un novio celoso que sólo quiere recordarte que está ahí, y encima lo ha hecho en cuanto se ha dado cuenta de que me estaba poniendo guapa para salir.



No te creas donjuan

“Los hombres pueden dividirse en tres clases: los que creen ser donjuanes, los que creen haberlo sido y los que creen haberlo podido ser pero no quisieron”.


Lo dijo nada menos que el ilustre José Ortega y Gasset, a quien por cierto cogí un poco de distancia desde que me enteré de que no le gustaba la poesía, pero eso son manías mías que ni siquiera están fundamentadas.

Pero esta frase merece como poco su momento de reflexión, y aunque al principio eché en falta a los verdaderos donjuanes y otras tipologías de hombres en esta clasificación, es cierto que lo importante en un donjuan no es tanto su condición de tal sino cómo maneje su amor propio, cómo es su actitud frente a las conquistas y cómo las airean, y ahí sí que entráis todos, majos.

Todas somos lesbianas

Es bastante habitual que una chica piense, aunque sea en broma, en hacerse lesbiana cuando un chico la decepciona. Las tías no hacemos esas cosas, con una chica no tendría estos problemas, una chica no se agobia por estas tonterías, los tíos no saben lo que quieren, no dan más que preocupaciones, no hay quién los entienda, etcétera.


Sin embargo, no creo que haya muchos chicos heterosexuales que piensen, cuando se porta mal con ellos una chica, “son todas unas zorras, me voy a hacer gay”. Ni siquiera reconocen en voz alta que un chico es guapo o tiene atractivo. “Yo no sé de esas cosas”, dicen, como si no tuvieran ojos en la cara.


Nosotras sí tenemos ojos en la cara para todas las personas, y no me refiero sólo a los ’repasos’ de arriba a abajo que hacemos a otras mujeres con admiración o con envidia. Nos podemos quedar embobadas mirando a una chica guapísima e incluso a su escote, puede incluso que nos pase una idea sexual por la cabeza sin que ello nos haga replantearnos nuestra condición. O sí, pero no nos alarmamos por ello.


Será que todas somos “un poco bolleras”, como decía Cecilia Roth en Todo sobre mi madre. Será que nuestros gustos son más ilimitados, aunque tengamos claro hacia quién nos sentimos más atraídas. Será que el cuerpo de la mujer es más bonito, como dicen los chicos heterosexuales que rechazan la visión de dos hombres besándose pero aplauden las manifestaciones de cariño de dos lesbianas.

Será que en nuestra cultura nos han enseñado que las mujeres pueden expresar abiertamente sus pasiones y los hombres tienen que esconderlas para perpetuar el instinto del macho protector.

Receta para descubrir si a una de verdad la aman

Ya está, la he encontrado, es mágica, funciona siempre. Garantizado. Sin trucos y sin matices, en esta receta se explica todo clarísimamente. Y vale tanto para chicos como para chicas, lo he comprobado, sólo hay que cambiar el género de las palabras. La receta me la ha dado un gran maestro de la palabra y viene del lugar donde todo es verdad: la poesía.

 

RECETA PARA DESCUBRIR SI A UNO DE VERDAD LO AMAN

Si te amo

no te amaré

como me amo a mí mismo

porque eso

no sería suficiente

-tú eres algo más

que mi prójimo-

 

No te amaré menos

de lo que me amo

no sólo porque eso es

demasiado poco

sino porque no sería amor

 

Si te amo, te amaré más

que a mí mismo, más que a todo

y entonces, únicamente entonces

descubriré si me amas:

de lo contrario

casi de inmediato

mi amor se te volvería

insoportable.

(Francisco Garzón Céspedes)

Atrévete

Ella estaba mirando por la ventana y tomando un café sentada en la mesa de un bar cuando notó que un chico, desde la barra, la estaba mirando. Era guapo, tenía cara de buena gente, parecía simpático y muy interesado. Al poco rato él se levantó de su taburete, se acercó hasta ella y le preguntó la hora, mirándola fijamente a los ojos y tocándole el brazo. No hablaron de nada más, pero a ella le había gustado, tanto, que antes de marcharse de la cafetería le hizo llegar un papel con su número de teléfono anotado.

En realidad, fue ya en la calle, al sentir el frío y el ajetreo de desconocidos que pasaban por la acera, cuando se dio cuenta de que no quería dejar pasar esa oportunidad, y se dio la vuelta para pedirle a la camarera que le diera el papel al chico, que seguía acodado en la barra. Al poco tiempo ella recibió un mensaje al móvil y era él; le decía que muchas gracias pero que no iba a quedar con ella porque era gay.

¡Horror! ¡vaya vergüenza!” Pensó más de uno al conocer esta historia. Pero yo sigo apoyando a esa chica y creyendo que hizo muy bien, que ojalá no se le hayan quitado las ganas de seguir intentándolo. Porque al fin y al cabo, qué importa que ese chico pensara que ella era una presumida por haber creído que la miraba con deseo, si no le va a volver a ver ni tiene que darle explicaciones.

Ella se habrá quedado igual después de intentarlo, es decir, sin cita, sin la oportunidad de conocer a ese chico que creía interesante, pero no ha perdido nada, podía haber ganado mucho y seguro que el chico se sintió halagado. Ella sólo ha pasado un minuto de desilusión o de vergüenza y en cambio al chico le alegró la tarde, le entretuvo la espera en la cafetería y le dio, como poco, una buena anécdota para contar.



Coco nunca llegó tan lejos

En Barrio Sésamo, Coco se esforzaba en enseñarnos la diferencia entre 
lo que es arriba y lo que es abajo, lo que está cerca y lo que está lejos,
conceptos muy útiles incluso para valorar nuestros estados de ánimo y
nuestras relaciones interpersonales ya de adultos.


Todo eso estuvo muy bien, pero Barrio Sésamo debería haber tenido
más altura de miras, para dejar bien asentados desde pequeños los
fundamentos que originan la toma de decisiones y los intentos de
acercamiento. Lo voy a hacer yo, humildemente, para intentar suplir ese
vacío doctrinal de nuestra infancia.


Un ejemplo claro y eficaz de acercamiento con otra persona es tener
una cita
. Para que dicha cita tenga lugar, es indispensable que las dos
personas implicadas se pongan de acuerdo en estar a la misma hora en
el mismo lugar. Aquí se abre un universo de posibilidades, pero el mejor
modo de tener éxito en este primer paso es hablar por teléfono: que
una persona llame a la otra para quedar.


Llamar para quedar implica que la persona que telefonea propone
un plan
, o al menos expresa abiertamente su voluntad de buscar un
plan conjunto. Hay múltiples modos de llevar a cabo esta empresa, con
sencillas frases del tipo: ¿Quedamos este puente? ¿te apetece que nos
veamos? O bien ¿y si tomamos un café?. Por consiguiente, llamar a la
otra persona para comentar hay que ver el frío que hace en la calle,
madre mía, o decir “te llamaba para ver qué te cuentas” NO puede
entenderse como propuesta de cita, al menos entre nosotras las
terrícolas.


En cuanto a la toma de decisiones, los límites están más desdibujados,
pero hay ejemplos paradigmáticos en la vida cotidiana. Cuando una
persona dice a otra: “me voy”, es porque está tomando la decisión
de irse. A raíz de esta elección, su interlocutor podrá tomar la decisión
de quedarse en el sitio echando raíces y aprendiendo a hacer la
fotosíntesis o por el contrario, irse también, pero eso ya será una
decisión secundaria, los efectos colaterales de la primitiva decisión.


De ello se deduce que, al menos en mi planeta, dejar que el tiempo
pase
no implica una voluntad de decidir, por mucho que los silencios
sean elocuentes y que sea cierto que el que no se decanta, en realidad
decide no tomar una decisión.


De este modo, si yo te advierto que no quiero volver a verte si haces
ese viaje y tú no viajas porque la huelga de controladores te deja en
tierra, no puedes volver a mi lado presumiendo de que te has decidido
por mí, porque eso es trampa, ya no me sirve, estará justificado
que entremos en estado de alarma.

Lo mejor es ser sal y pimienta

Tenemos la solución para evitar los suicidios sentimentales de los que hablaba el otro día, para que aprendamos a huir del masoquismo en las relaciones de pareja: los hombres deberían venir con etiqueta.

Una etiqueta que precise, en primer lugar, si el tipo en cuestión está soltero o no (para evitar sorpresas desagradables a veces meses después). Si no está soltero, la etiqueta debería indicar el nivel de consolidación de su relación actual (esto es, si hace aguas o no hay armas de mujer que la derriben).

Claro que si está soltero, la etiqueta tendría que ser larguísima, que explicite todo tipo de propiedades del sujeto: nivel de tolerancia al agobio, grado de valoración de su libertad individual e intransferible, número de pasos conjuntos máximos antes de agobiarse, etcétera.

Y por supuesto, sus contraindicaciones. Por ejemplo: abstenerse histéricas del matrimonio. O bien: Acaba de salir de una relación, en cuyo caso, debería indicar la fecha de caducidad del duelo y el número de tiritas previas o necesarias para superarlo.

Etiquetas, sí, como los alimentos, para saber cuándo debemos consumirlos y el modo de preparación. Para saber si hacer un guiso elaborado, a fuego lento, meterlo directamente en el micro o mejor consumirlo frío.

Porque hay hombres que se te caducan mientras los cocinas, otros que te repiten y llaman insistentemente sin que quieras volver a saber nada de ellos y otros que no sabes si una vez elaborado el guiso es conveniente guardarlo en un tupper y congelar para otro día, tirar los restos a la basura o reciclarlo para tus amigas.

Las etiquetas deberían venir de serie para los hombres que son como esos productos que tienen muchos más ingredientes de los que te esperas, frascos que no tienen caducidad pero luego están podridos por dentro, paquetes como los de los caramelos que dice que son de todos los colores y después de venderte ese universo multicolor de sabores cítricos excitantes no hay más que caramelos de aburrida naranja, y también hay hombres que son como las bolsas de patatas fritas, que cerradas parece que están a rebosar pero luego se desinflan enseguida y ves que hay la mitad de lo que te esperas.

Con estas sencillas indicaciones, sabríamos a qué atenernos para que luego nosotras decidamos si vale la pena entregarse o no. Nos ayudaría también a saber, por ejemplo, cuándo es el momento adecuado para presentárselo a nuestros amigos (para evitar que le cojan cariño innecesariamente) o cuánto debemos molestarnos en preparar su regalo de cumpleaños.

Así podríamos desterrar la típica frase para ligar de si estudias o trabajas, porque lo interesante sería saber cuándo caducas. Porque las personas, en cuanto a relación de pareja se refiere, podemos ser huevos, que duran 20 días, latas de fabada, que caducan a los dos años, o especias, que duran para toda la vida: lo mejor es ser sal y pimienta.