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Alguien que anda por aquí

De Príncipes y Princesas

“Si te rallas, empapela”

Él y ella se conocieron una noche, y como aquél que dice, surgió el amor. Es una historia verídica, me la ha contado la protagonista tomando unas cañas. Él estaba recién llegado a Madrid, buscaba piso y ella no se lo pensó demasiado: le ofreció una habitación de su casa hasta que encontrara algo. Vivieron juntos y felices unos días muy intensos, subidos en la habitual nube de color rosa que envuelve a los enamorados, hasta que él encontró su propio piso en la calle Pez, le dijo a ella, que justo se marchaba al día siguiente una temporada de vacaciones.

Toda historia de amor tiene su momento trágico para que sea una buena historia y el amor pueda consolidarse o no, y en ésta el problema fue que ella, chan tatachaaaaaaaaaán... perdió el móvil. Con el número de teléfono de él, obviamente. La única forma de comunicarse con él, sus únicas señas.

Aquí se viven los momentos más tensos de la historia: ella que no come ni duerme ni ríe ni vive la vida pensando en él, lamentándose por su mala suerte, maldiciendo no haber memorizado el número, no haberle acompañado a ver la casa, no saber sus apellidos, llorando por las cuatro esquinas esa manera tan tonta de perder el amor.

Ella continúa llorando la pérdida de su amor a su regreso a Madrid, él no aparece por ninguna parte. Hasta que a ella se le ocurre intentar encontrarle con el único dato que él le dio al marcharse: se iba a vivir a la calle Pez. Ni corta ni perezosa, reunió a unos cuantos amigos, compró cartulinas y se pusieron a pintar decenas de carteles de todos los colores, con diferentes estilos, dibujos, tipografías y tamaños con un único mensaje para él: que ella le estaba buscando.

La tarde que se pusieron todos los amigos a pegar los carteles por la calle Pez, la gente se les quedaba mirando y les preguntaba qué estaban haciendo, asombrados, curiosos. Algunos se unieron a ayudarles a pegar carteles, otros querían llevárselos a casa porque realmente habían quedado bonitos y eran un buen recuerdo de una bonita historia.

Consiguieron empapelar la calle de arriba a abajo para que no hubiera modo de que Él no los viera al salir o al entrar en su casa, viviera donde viviera. Ella estuvo esperando todos los días a todas las horas que sonara su teléfono y fuera Él, reaparecido, pero no reapareció.

Aún así ella no se dio por vencida, siguió esperándolo muchas noches de insomnio hasta que en una de ésas, se le encendió una lucecita y repentinamente recordó algunas palabras de la dirección de correo electrónico de él, que era una frase muy característica. Así que escribió un mail a todas las variantes que se le ocurrieron con esas palabras que recordaba y ahí sí que le encontró. Él también la había estado buscando. No se podía creer que no le hubiera cogido el teléfono en todo ese tiempo que ella estuvo de vacaciones. Y no, qué va, no había visto los carteles porque se pasó una semana con gripe sin salir de casa.

Se reencontraron y estuvieron enamorados algún tiempo más, es una historia bonita aunque no tuvo un final feliz. Ella sigue pensando que mereció la pena, aunque matiza que lo de empapelar toda la calle Pez con carteles no lo hizo por él, sino por ella, porque era una idea tan buena que si tenía la excusa, no podía dejar de hacerlo. “No hay que rallarse", es su lema, "y si te rallas, empapela”.

2 no es igual a 1+1

Aunque a menudo nos gustaría tenerlo todo atado y bien atado, saber qué nos depara el futuro, predecir con precisión las actitudes, reacciones y comportamientos de los otros para evitar desilusiones y enfrentamientos, la vida no es cuadriculada.  Las matemáticas no sirven para explicar demasiadas cosas de nuestra vida. Por ejemplo algo en lo que yo creo a fe ciega: por qué dos no es igual a uno más uno.

Una de despedidas

Me enternecen los adolescentes, con sus inofensivos quebraderos de cabeza. Esta mañana iba en el cercanías (“porque en Madrid no hay lejanías, hay Cercanías”, me encanta ese irónico eslógan) escuchándome el audio de una entrevista y se me han sentado en frente dos adolescentes con problemas, como todos los adolescentes. No me he quitado los cascos para disimular, pero estaba entregadísima a su conversación.

Resulta que una de ellas estaba “sssupertriste tía porque le había dejado su chico, ¿sabesss? Y encima por mail, tía, ssssuperfuerte, ¿tú te crees? joder, es que no sé, es que no me lo explico, o ssea, pero ¿de qué va? es que ni que tuviéramos 13 años tía, ¡que ya tenemos 17, joder!”, lloraba ella altamente indignada.

- ¿Pero qué me estásss contando tía, pero qué ffffuerte, o sea, pero essse tío de qué va? ¿por mail? O sssea, es que no me lo creo: NO me lo creo.

- Ya vesss, tía, sssuperfuerte, joder, es que essstoy fatal, o sea, ess que no me lo esperaba para nada, para nada, o ssea, para nada, ¡es que aún estoy flipando!

- ¿Peroooo y qué te dice, tía, o ssseaaaaaa... qué explicación te ha dado?

- Pues nada, yo qué sé, tía, lo de sssiempre, o sssea, que está fataaaaal, bueno, que me pide un tiempo porque está hecho un lío, ¿ssabes? ¿Pero tiempo de qué? ¿para qué, sabesss? Si total, eso es lo que dicen todos, o ssea que no es por mí, ¿sabesss? Que es que yo siempre le he tratado superbien, tía, y es verdad, que es que yo me he entregado mazo, ¿sssabes? Que siempre ahí a muerte con él, con sus paranoias, ¿sabesss? O ssea yo ahí ssiempre ssuper maja ¿sabesss? para que me haga esto, fatal, tía, una mierda, o sseaa... fatal, que ya no te puedes fiar de nada para nada.

- ¡Pues eso es lo que te pasa! Que es que no hay que ir de buena, tía, que te lo tengo dicho, ¿sabess? Que eso está más que comprobado, que a los tíos lo que les mola es que les den caña, ¿sabess? O ssea.. sí, yo qué sé, es lo que les va, ahí que te portes fatal y entonces están ahí comiendo de tu mano, ¿sabess? mira la Jenny, joder, que es una zorra y tiene al Peter assí, ¿sabess? Pero asssí, que esstá que no caga por la Jenny. Pero tú, nada, puess aprendes de ésta, ¿sabesss? Y que le jodan, ¿sabesss? O ssseaa... que él se lo pierde, joder, ¡con lo que tú vales! ¿dónde va a encontrar a otra piba como tú? ¡vamos hombre, que le den!

Entretenidísima he estado todo el viaje, ya os digo. A puntito de meterme en su conversación recordando esos otros casos conocidos de aquél que se fue un barco y no volvió (pero está vivo), o el de aquél que destruyó su “amor” de la noche a la mañana, pero de-la-noche-a-la-mañana, es decir, por la noche ellos estaban presuntamente enamorados y por la mañana él cogió la puerta, dijo: "perdona" con cara de pena y se fue.

En el mismo saco están todos aquellos que cortan la relación por sms, dejando sonar el teléfono indefinidamente y lo que te rondaré morena, seguro que hay alguna que se ha enterado de su soltería porque le ha llegado un mensaje de la compañía telefónica informándola de que ya no está duada con el número de su novio.

Aún no he conocido ningún caso real de uno que termine una relación dejando una despedida en un posh-it, como en ese capítulo de Sexo en Nueva York, pero sí me han contado algo más escandaloso: el caso de una chica que se enteró de que ya no tenía novio porque vio que él cambió su estado de Facebook de “en una relación” a “estoy soltero”.

Mujeres suicidas

Tenemos que amar más la vida, aprender a huir del masoquismo en las relaciones de pareja. Parece una perogrullada, pero no es fácil llevarlo a la práctica. Hay que evitar los casos claros de suicidio, y para eso nada mejor que tenerlos identificados. Después de una larga sesión nocturna lamiendo y hurgando heridas entre risas en la cocina, mis amigas y yo hemos concluido que es suicida enamorarse de:


Hombres casados, bohemios que pisan las nubes, homosexuales, chicos con síndroma de Peter Pan que tienen miedo al compromiso, exnovios de los que salimos escarmentadas, egocéntricos que no ven más allá de su propio ombligo, picaflores que nunca apostarán por una relación seria.

 

Hay que alejarse también (amorosamente hablando) de ése que quiere ser tu amigo, porque va a poner todo su empeño, como su propia clasificación indica, en ser tu amigo. Y nada más, ahí es donde viene el batacazo, la relación no va a evolucionar hacia otra cosa. No eres su tipo, asúmelo. Terminarás siendo una pagafantas, un hombro en el que llorar o su compañera favorita para ir de compras y probablemente además le acabe gustando una de tus amigas, sobre la que encima le tendrás que aconsejar.

 

Tampoco hay que fijarse en alguien que acaba de terminar una relación, porque lo que necesita no es otra novia sino una tirita, el famoso e injusto clavo que saca a otro clavo. Si te gusta de verdad, deberás alejarte y esperar a que otra sea la tirita o lo pasarás mal. Sobre todo si ha sido él el dejado, hay que respetar los tiempos de duelo.

 

Tenemos que procurar huir también de los atormentados. Este caso es raro, porque con ellos nos suele salir un imparable afán de protección, cuando supuestamente son ellos los protectores. Con los atormentados, nosotras siempre creemos que vamos a ayudarles a salir del bache, que con nosotras estarán felices y cambiarán.

 

En realidad ése es el problema de todas las relaciones abocadas al fracaso, que siempre creemos que con nosotras van a cambiar. Que no nos gusta cómo son y tienen que cambiar. Parece que nos encanta suicidarnos, no podemos evitar pensar que con nosotras va a ser distinto. Aunque todos los de alrededor nos lo adviertan, aunque nosotras mismas tengamos ya experiencia en suicidios.

 

Porque, claro, ¿qué pasa con estos tipos de hombres? Los atormentados, los bohemios, los picaflores, los peterpanes ¿nunca van a poder tener una pareja, nunca van a cambiar? Ah, sí, tarde o temprano cambiarán porque les cazará una lagarta, y entonces los sentimientos del cazado serán lo suficientemente fuertes como para provocar el cambio sin que se den cuenta. Y nosotras querríamos ser -siempre nos vamos a ver- como la que fue capaz de domesticarlos.

 

La solución, me apuntan por aquí, es ir con el cianuro por delante, ser nosotras las que llevemos la iniciativa y darles caña para que beban los vientos por nosotras, porque es eso lo que les gusta. Pero la que me lo apunta no sabe ser así. Es una suicida convencida que no tiene aptitudes de lagarta.

 

La solución no es entrar en ese juego dañino que criticamos, sino ir poniéndole límites a nuestra parte suicida para dedicarle tiempo y esfuerzo a los que de verdad lo merecen y no a quien nos va a hacer sufrir. Pero claro, el corazón tiene razones que la razón no entiende, no eliges de quién te enamoras, no es fácil decidir de quién es bueno enamorarse y de quién no.

El amor dura tres años

Siempre que comienzas una relación, crees que has encontrado al amor de tu vida, la horma de tu zapato, tu media naranja, la persona con la que vas a envejecer, etcétera. Aunque dicen que el amor sólo dura tres años, yo de verdad pensaba que eso no me iba a pasar a mí, que esta vez iba a ser la definitiva, que lo mío con Antonio iba a ser para siempre.

Es cierto que nosotros nos necesitábamos más de lo que nos queríamos, y eso no es sano para ninguna relación. Las parejas tienen que elegirse conscientemente y con el corazón, no por la necesidad de estar juntos, de no poder estar solos.

Quizá dejamos de cuidarnos el uno al otro suponiendo que íbamos a estar juntos siempre, y ahora me encuentro de repente con que lo nuestro se ha acabado, sin previo aviso y yo no sé qué hacer, ya no sé vivir sin él.

Estamos en las últimas, y lo peor es que seguimos alargando la agonía final, no sabemos poner un punto final definitivo. Como los malos novios, mi Antonio va y viene: a veces me hace mucho caso, parece que se reaviva la llama y estamos felices juntos como en los mejores tiempos, pero otras veces, sin previo aviso, sin que medie ninguna discusión, ni siquiera se digna a dirigirme la palabra.

 

Esta situación me deja confusa, paralizada. Quiero romper este círculo vicioso en el que hemos entrado, zanjar nuestra relación y por eso trato de apartar a un lado sus cosas buenas para pensar sólo en sus defectos: su cabezonería, su intransigencia, sus celos.

Antonio es muy celoso y no le gusta que mire a otros. Menos aún que les haga caso. Ni siquiera para preguntar por una calle, porque como a todos los hombres, a mi Antonio no le gusta preguntar, se cree que lo sabe todo. Incluso se enfadaba si seguía las indicaciones que me habían dado otros, se quedaba callado un buen rato, sin hablar, pensando en sus cosas, disipando sus celos.

 

Pero como en todas las parejas, aprendimos a domesticarnos el uno al otro, conseguimos llegar a un punto en común. Yo le soportaba estos defectos y él toleraba los míos, mis torpezas, mis inseguridades, mis nervios. Él no se ponía nunca nervioso. Siempre sabía lo que había que hacer. No dudaba, no me daba falsas esperanzas. Si acaso se quedaba un rato pensando en silencio hasta encontrar la solución perfecta.

Tenía una voz preciosa mi Antonio, muy varonil, cualquier frase que pronunciaba parecía una orden dulce, dictada con el tono del macho que guía a la hembra, y yo encantada de dejarme guiar.

Pero ya no vamos juntos a ningún lado ni parece que podamos volver a hacerlo en el futuro. Echo la vista atrás y me doy cuenta de que exactamente han pasado tres años desde que nos conocimos en esa tienda de productos informáticos. Yo buscaba precisamente a alguien como él y él estaba de oferta.

Su empresa había sacado otros navegadores GPS más modernos, de pantalla alargada y él, que había sido lo más preciado del mercado, se encontraba de repente en liquidación. Normal que nos cogiéramos con tantas ganas, que la chispa entre nosotros saltara tan rápido.

Él, mi Antonio, mi GPS que ahora está agonizando, necesitaba a alguien que reconociera su talento y yo, que acababa de aceptar un nuevo trabajo de corresponsal, a alguien que me guiara por los pueblos del Sur. Pero en fin, fue bonito mientras duró, ahora estoy de nuevo soltera. Como después de cualquier ruptura, tendré que buscarme a otro que cubra su ausencia o aprender a viajar sin copiloto.

Contra los príncipes azules

Existe la creencia entre las chicas de mi edad de que los cuentos infantiles nos han hecho mucho daño, que por su culpa andamos ahora buscando entre la multitud a nuestro príncipe azul con el que seamos felices y comamos perdices. Ah, pero las cosas no son tan fáciles. Los príncipes azules de hoy en día no es como aquél que en caballo con alas hacia nosotras se encamina, más brillante que el alba, más hermoso que abril, como relataba el poema de Rubén Darío. Es más, a menudo ni siquiera son príncipes, pueden incluso ser sapos y en nosotras está saber ver su sangre azul. El amor puede pintarlo todo de azul; el azul del cielo que todo lo envuelve, el azul del mar que se derrama. Algo así quise decir cuando escribí el cuento hiperbreve que se titula “Cásting”:

Ella tuvo que besar a muchos príncipes antes de encontrar a su sapo azul.



Tener pareja reduce el estrés

Leo por ahí que tener pareja estable mitiga el estrés. Nos ha fastidiado, si lo que estresa es no tener una pareja, sino andar en su búsqueda y estar todo el día pendiente del móvil y dándole todo el rato a F5, F5, F5 en el ordenador para actualizar la página y que llegue de una vez el correo electrónico esperado.

Claro que tener una pareja estable mitiga el estrés. No hace falta un estudio científico y ensayos clínicos sobre 500 voluntarios para saber que cuando uno está enamorado vive en una nube desde la que se sobrevuelan alegremente los problemas...

www.20minutos.es/noticia/792506/0/pareja/estable/estres/

De novios y correas

El día que cumplí 18 años una de mis tías me regaló un bolso. El bolso más feo que os podáis imaginar. Espantoso. Estaba todo hecho de bolitas negras poliédricas de plástico brillante. También la correa estaba hecha de esas bolitas, que se te clavaban en el hombro. Una correa larguísima y el bolso pequeñísimo, totalmente inútil, con la de cosas que yo suelo llevar en el bolso. Además pesaba mucho el bolso, se ve que las bolitas de plástico estaban rellenas de más plástico.

 

Era un horror. Pero también era un regalo, y a mí me gusta ser agradecida, de verdad que yo quería agradecerle el detalle, pero tampoco me gusta mentir. Así que ahí me veis, rodeada de mi familia el día de mi cumpleaños, todos mirándome, y yo intentando decir algo que sonara agradable y que no fuera mentira.

 

Lo primero que se me ocurrió fue decir: “anda, mira, ¡un bolso!”. Claro, pero había que decir algo más. Qué bonito... no. Qué práctico... no. Qué elegante... no. Qué curioso... tampoco era el adjetivo que estaban esperando escuchar. Queeeeeeé... ¡bien me va a venir este bolso cuando salga en Nochevieja!, logré decir. Y tampoco era mentira del todo, podría utilizarlo en Nochevieja si saliera de Cotillón, lo que no era el caso, pero eso mi tía no lo tenía que saber y así se quedaría a gusto pensando que le iba a dar uso.

 

Así pensaba yo que había salido del paso, pero mi tía entonces me contestó: “¿para Nochevieja? Nooo... ¡si es un bolso de boda!” Y después dijo lo más catastrófico de todo: “Es que como ya cumples 18 años y se te empezarán a casar las amigas....”

 

¿Que se me empezarán a CASAR las amigas? ¿con 18 años? ¿En qué mundo vive mi tía? Pero no, mi tía no estaba tan alejada de la realidad, ese comentario fue sólo una excusa para lanzar su pregunta favorita: “Bueno, y ahora que hablamos de esto, ¿tú de novios qué tal?

 

A ver, primero, nadie está hablando de esto. Eres tú sola la que estás sacando el tema, que te gusta a ti meter las narices en todo. Después, ¿cómo que novios, así, en plural? Muchos, variados, distintos novios. A ver, ya es bastante difícil echarle el lazo a uno, ya es bastante difícil domesticar a uno, ¡¡como para tener una ristra de novios detrás!! Como dice la canción: el que tenga un amor... que lo cuide, que lo cuide.

Todos somos ex

Tengo una amiga que es su propia ex novia. Es decir, que la única novia que ha tenido su actual novio es ella misma, años atrás.


Cuando me lo dijo, su situación me pareció envidiable, porque a veces mis amigas y yo hablamos de lo perversas y dañinas que son las ex novias que no se quitan del medio. Siempre queremos mandarlas a todas a una hoguera, para asegurarnos de que no dejen huella y de que no se podrán entrometer en las relaciones futuras de sus antiguos novios, una vez puestos de nuevo en circulación.


Por eso me pareció fascinante la libertad de mi amiga, sentir que no tiene a nadie detrás con quien inevitablemente la comparen, no tener un fantasma que planee sobre esa relación presente. Pero ella me dijo que era horrible no tener a nadie a quien echarle en cara los problemas de su relación de pareja, sentir que ella misma era la culpable de no haberlo domesticado a tiempo.

 

En fin, es inevitable, todos somos ex, incluso de nosotros mismos. Las personas que fuimos y formaron una relación en el pasado a veces ni siquiera se parecen a las que quieren construir una pareja en el presente o en el futuro.


Todos traemos equipaje de nuestras relaciones anteriores. Temores, pedestales y rutinas, cosas a las que estábamos acostumbrados. Hay que aprender a manejar distintos códigos, a comprender los de la otra persona y acoplar los ritmos. Aunque difícil, también es fascinante aprender a construir un nuevo amor en cada impulso.

Gano el color del trigo

Gano el color del trigo

El zorro del Principito no comía pan, así que los campos de trigo eran inútiles para él. Hasta que conoció al Principito y se hizo su amigo, entonces empezaron los campos de trigo a tener significado, porque su color dorado le recordaba al cabello del Principito, y le agradaba escuchar el ruido del viento entre las espigas. Por eso no le importaba llorar al despedirse del Principito: sentía menos la pérdida porque había ganado el color del trigo.

Diez de corazones

Diez de corazones

A mí que me gusta creer en el destino

aunque no creo que estemos predestinados

Creo también que en este mundo todo está compensado

que el Universo guarda una serie de equilibrios

que la vida fluye de acuerdo a ciclos

que todo ocurre por alguna razón

que hay leyes de causa-efecto que rigen hasta las casualidades

que como dice el dicho cubano: “lo que sucede, conviene”.

Lo creo aunque a veces tienes un as de copas en la manga y pintan bastos

Lo creo porque a veces la vida te regala un diez de corazones.

Ese tipo que me llama "mi amor"

Ese tipo que me llama mi amor tiene el aspecto de haber pasado la infancia en un orfanato de la Europa del Este. Tiene los ojos hundidos y de un azul insípido. Tiene un rostro anguloso de facciones picudas y la piel pálida como si nunca la hubiera tocado el sol. Tiene voz de pajarito. Tiene las manos muy grandes y los dedos muy gruesos pero sus movimientos son delicados. Es extremadamente delgado pero es vivaz. Su aspecto no es amable aunque sus maneras sí. Seguramente me daría miedo si me lo encontrara de noche en un callejón oscuro, pero me gusta encontrármelo cada día a la hora de comer.

 

Trabaja de camarero en un hotel y pone muchísima pasión en todo lo que hace. Se mueve el doble que los demás. Es rápido, eficiente, impecable, atento y siempre dispuesto. Cuando le pides algo te mira profundamente a los ojos, y el otro día al dejar una botella de agua sobre mi mesa me dijo: “aquí tienes, mi amor”.

 

Lo dijo en un susurro y enseguida se dio la vuelta, no hace nunca ningún gesto más. Pero desde aquél día, va cambiando los adjetivos, y me pregunta si no quiero comer más del segundo plato, mi vida, o me ofrece ¿café con leche, corazón?.

 

Yo ya he dejado aquí una vez escrito que me incomoda la gente que a cualquiera le llama “cariño” porque a mí me gusta utilizar esos términos sólo cuando me explotan por dentro, pero esta vez la molestia fue sólo sorpresa; no daba crédito a que alguien llamara mi amor tan a ligera a un desconocido.


Claro que yo no soy su amor, pero tampoco él lo dice con esa intención. Sólo deja caer esas palabras de su boca como si le rebosaran y tuviera que descargarse de ese modo de ternura, como si lo empujara la fuerza de la costumbre, la necesidad o el deseo de utilizar a diario palabras de amor.

Conexión

"Desde la otra punta de la ciudad, él quiso hacerle cosquillas, y ella, pensando en él, sonrió".

Rescato este cuento hiperbreve que escribí hace tiempo para dejar clara mi posición respecto al post anterior. Yo creo en este tipo de conexiones, en la existencia de estas complicidades.

Lo maravilloso de nuestra contradictoria condición humana es que a pesar de que a menudo los malentendidos provoquen desencuentros frustrantes, también a menudo somos capaces de entenderlo todo con una sola mirada, de traspasar con empatía incluso las fronteras del idioma, de sentir lo mismo que el otro siente aún estando lejos, e incluso de ver lo mismo mirando hacia distintos lados.

Y por supuesto, yo sigo creyendo que es el amor el que mueve el mundo, y que los dos personajes del dibujo de mi mechero van a volar muy alto y van a ser muy felices juntos si se dejan llevar por los latidos de su corazón.

 


No vemos lo mismo aunque miremos hacia un mismo lado

No vemos lo mismo aunque miremos hacia un mismo lado

Nunca he sabido qué armas usar para luchar contra los malentendidos. Me desmoralizan, me acobardan, no sé afrontarlos. Cuando me choco con uno (nunca me los encuentro ni los veo venir) sólo siento ansia por trasladar por arte de magia a la otra persona la nítida imagen o el razonamiento perfecto que hay dentro de mi cabeza.

Pero no hay magia que pueda con los malentendidos, sólo se destruyen o se atraviesan con voluntad de acuerdo, porque cada persona es un mundo aunque pertenezcamos a la misma especie y compartamos un mismo idioma. Somos distintos, pensamos distinto, tenemos un pasado, una formación y unas expectativas de futuro distintas, y es inevitable que eso nos distancie.

 

Ni siquiera vemos lo mismo al mirar hacia un mismo lado. Un ejemplo que me pusieron una vez para ayudarme a comprender lo distinta que puede ser la visión del otro: la escena es sencilla, varias personas están mirando un coche negro aparcado en una calle. Una quizá sólo verá el reflejo de sí misma en el cristal y en la carrocería. Otra sólo verá el negro como color de luto. Otra recordará que una vez condujo un coche parecido y quizá sonría con los recuerdos de aquél viaje. Otra soñará con ir dentro de un coche como ése. A otra el coche le será indiferente y sólo lo verá como un estorbo para la circulación. Otro se fijará en los detalles y calculará la velocidad que pueda alcanzar... y así hasta el infinito.


Esto mismo me ha pasado el dibujo de este mechero. Yo lo miraba y tenía claro que era una imagen preciosa, un gesto de amor, pero quizá el chico se está yendo y la chica lo retiene, quizá ella acabe de bajarse y se están despidiendo, quizá el globo amoroso no tiene suficiente fuerza para elevar a los dos.

No se puede estar soltero

Alucino. Acabo de rellenar una encuesta por internet sobre mi situación laboral que me han remitido desde la Asociación de la Prensa de Madrid, con la intención de que luego no anden diciendo que los periodistas somos unos vividores que ganamos más de 30.000 euros anuales (aunque yo estoy muy satisfecha con mi trabajo, me encanta y sé que soy una privilegiada) cuando me encuentro con una pregunta sobre mi estado civil.

Lo escandaloso no es eso, sino encontrarme con que la soltería no es una opción válida. Sólo podías estar a) casado b) viudo c) divorciado o, por último, reconocer que, tristemente, como si fuera una tara o desde siempre lo estuviera esperando: d) nunca me he casado.

El juego de la seducción

Debería estar regulado por ley, para que sepamos de una vez a qué atenernos. Y al que se salte las reglas, sanción. Es duro, sí, pero acabaríamos con las dudas y los equívocos y las interminables conversaciones en espiral sobre cómo debemos actuar cuando nos gusta una persona. Así sabríamos si es necesario esperar tres días, como dicen algunos, para mandar un simple mensaje al móvil, sabríamos si es verdad que hay que hacerse los interesantes y parecer siempre ocupadísimo, resistirse para que la otra persona no piense que estás desesperado, si es verdad que les gusta que se lo pongamos difícil, que a ellos les gusta tener la sartén por el mango...

No sé, yo no entiendo nada, todo debería ser más fácil, más claro, menos complicado. Ya es bastante difícil encontrar entre la multitud a una persona que merezca la pena y ser correspondida como para andarse con jueguitos. Pero no es así de simple, lo hemos hecho complicado y tienes que entrar en el juego y hacerte la interesante pero no demasiado, que tampoco crea que estás desinteresada... claro que a veces aunque consigas mantener el equilibrio, nada te asegura que de repente pierda todo el interés por ti, quién sabe por qué.

Por eso digo que nos harían falta unas normas por escrito, un código de circulación, quizá incluso pasar por la autoescuela... sí, una autoescuela obligatoria para todos menos para los curas, los frailes y las monjas. También para los que tengan pareja, para que aprendan a mantener viva la llama o para prepararse para el futuro, que como dice una amiga mía... “ya cortarán”.

Así que sí, somos muchas (la idea ni siquiera es mía, yo sólo la lanzo a navegantes) las que creemos que éste es el negocio del futuro, ponerse a dar clases para enseñar los códigos que rigen las relaciones, que al fin y al cabo no son tan distintos de los códigos de circulación, ni de las reglas básicas de la mecánica. Por eso digo que sería como una autoescuela.

Es necesario aprender dónde poner el freno, qué hacer cuando quieres aparcar pero no te dejan sitio, cómo reaccionar cuando falla el embrague, a qué velocidad hay que ir en cada tipo de vía (si estamos circulando por tramo urbano o en autopista, con adversidades atmosféricas, de noche), reconocer cuándo hay que parar o disminuir la velocidad según las señales... aunque reconozco que un carné teórico no te da garantías para solventar los problemas de circulación, por los ritmos y velocidades que alcanza cada coche y sus circunstancias... y sobre todo, creo que no hay nada que hacer cuando te encuentras con el triste “cuando tú vas, yo vengo”.

Un lugar mejor para vivir

Un lugar mejor para vivir

Todas las personas deberíamos estar enamoradas todo el tiempo. Así el mundo sería más luminoso, un lugar mejor donde vivir. Porque la gente enamorada es más feliz y desprende felicidad, la gente enamorada quiere contagiar sus sentimientos positivos.

Es el amor el que mueve el mundo. Y cuando digo amor me refiero al tipo de amor que a cada uno le salga de dentro, el amor por la familia, los amigos, la pareja, las buenas causas... También por el trabajo, porque si uno ama su trabajo, trabaja mejor y con más ganas, hace las cosas bien y hace sentirse bien.

Lo dice La Cabra Mecánica en una canción: “cuando vuelve el amor, como por encanto, todo el mundo parece más guapo y mejor”, aunque también “es más difícil distinguir al enemigo”.

La prueba es esta pintada que me he encontrado en la rotonda para coger la M 501 desde la M 40, la que ha hecho este tipo enamorado que se ha esforzado en pintar de rojo un corazón en el que dentro escribe “siempre juntos” y a su lado un "te quiero" y un "siempre estarás en mi corazón" (¡repetitivo el tipo! bueno, no iba a ser perfecto) y aún le quedan fuerzas para desear "que tengan un maravilloso día" a todos los conductores que se han molestado, en medio del atasco, en leer su muestra de amor.



Como si un nombre fuera una pista

Nos miramos a las afueras del parque una vez, dos veces; como dudando, casi a hurtadillas, hasta que me dices “yo te conozco” a través de la lluvia. “Yo te conozco” y me sonríes y me das dos besos y me informas de que te llamas Álex y te quedas tan ancho. Como si decir un nombre fuera una pista. Podría seguir haciéndome la despistada, disculpar mi falta de memoria, confiar en que tú tampoco sepas bien de qué me recuerdas, pero elijo el disimulo, vagamente creo que te conozco y te doy dos besos y también sonrío y te pregunto qué tal.

 

Habría sido más fácil confesar mi torpeza y pedir más pistas con disculpas, pero por no sé qué normas de urbanidad impuestas, finjo y espero a que me digas algo que me saque del laberinto. Sin embargo sólo respondes “bien, ¿y tú?”, así que antes de que nos quedemos en silencio me lanzo a contarte qué estoy haciendo a esas horas en el parque para llenar el suspense de palabras, para que no nos quedemos los dos mirándonos a los ojos y sonriéndonos como si acabáramos de descubrirnos y nos gustáramos, porque ahora comienzan a ponerse en marcha los recuerdos y ya sé de qué te conozco, claro que te conozco aunque sólo sea de una vez, de una noche y algunas conversaciones que no salen en esta conversación.

 

Entonces me dices que podría haberme pasado a ver a tu hermano, como si yo supiera quién es tu hermano y a qué se dedica, qué diablos, como si yo supiera acaso que tienes un hermano, que por lo visto no ha parado de firmar libros en toda la mañana en la Feria y me lo dices tan orgulloso, tan natural, dando por supuestos los sobreentendidos, y yo simplemente sonrío, la verdad es que me habría gustado conocerlo o al menos atreverme a preguntarte más, pero igual me alegro por él, por ti, nos damos dos besos, ha sido bonito habernos encontrado y nos despedimos y tú también sonríes, todo el tiempo sonríes y yo también te sonrío a ti.

Nunca es tarde para alejarte de lo que te hace infeliz

Leo sorprendida que durante el 2008 se divorciaron casi 13.000 españoles con edades cercanas a los 70 años y no puedo dejar de pensar en lo terriblemente infelices que debían ser esos ancianos para decidir acabar con su vida en pareja estando ya jubilados, aunque señala la estadística que precisamente ése es el motivo, que han descubierto que no se soportan ahora que pasan tantas horas juntos.

 

Dice el estudio que, en general, las mujeres buscan tranquilidad y los hombres, alegría para el cuerpo, pero en cualquier caso, admiro esa valentía de romper con el peso de la tradición y las costumbres a pesar de la cercanía de la muerte acechando en solitario, sobre todo porque conozco gente de mi edad que aguantan con sus parejas a pesar de no estar enamorados por rutina o porque no saben estar solas. Para mí, esa resignación sí que es triste, aunque muchos ni lo saben.

Aprendizajes de un viernes por la noche

Yo siempre he sido de las que piensan que un móvil tiene que servir básicamente para llamar por teléfono, pero ya que estoy dejándome llevar por el trepidante avance de las nuevas tecnologías y hasta me confieso usuaria de las nuevas funciones de radio, mp3, cámara de fotos, internet, televisión, GPS y juegos que traen incorporadas, digo yo: qué les costaría inventarse un dispositivo más. Reclamo la invención de los móviles con alcoholímetro incorporado.

 

Una función con la que tus amigos puedan restringir ciertos números de teléfono para que cuando pretendas utilizarlos para llamar o mandar un sms a altas horas de la noche, el móvil te diga: sí, bonita, pero primero SOPLA.

 

Sería de gran utilidad para evitar los arrepentimientos del día después, en los que ya es bastante difícil sobrevivir a la resaca. Se evitaría así que, en el calor de la noche que todo lo confunde, hagas una llamada intempestiva o mandes un sms digamos... inapropiado a tu ex, a ese amigo con el que quieres algo más o incluso a tu jefe (basado en hechos reales).

 

Y cuando se extienda su uso y avance la tecnología del dispositivo, también podría servir para evitar que le dieras tu número de teléfono a alguien con quien no vas a querer hablar con luz de día.