Podría haberle pasado a cualquiera
Un día vas a clases de inglés y un loco intenta abrirte la cabeza. Vas caminando por la calle en una tarde soleada y el tipo que viene de frente, cuando está a dos metros, levanta el brazo por encima de la cabeza. Lleva en la mano una piedra. Aprieta los dientes. Le ves apretar los dientes y mirar con rabia. Entonces te tira la piedra. A la cabeza.
Te agachas. Por instinto de protección te agachas. Cuerpo a tierra. Y gritas. Como una histérica. Hay mucha gente a las cinco de la tarde en la calle Embajadores. Te golpea otra vez con la misma piedra, pero encima del dolor no duele. Solo chillas. Solo te ocupas de chillar como una histérica. No solo para pedir que te lancen un salvavidas, también para comprobar que estás viva. Estás chillando. Puedes chillar, tienes aliento para chillar. Tienes que chillar. Mientras chilles no te habrá matado. Sigues gritando cuando todo parece en calma. No apartas las manos de la cabeza hasta que un hombre amable se acerca.
Se hace cargo de la situación entre la nube de curiosos. Te toca en el hombro. Te pregunta si estábais peleando, si era tu novio, como si fuera una disculpa. Qué va, no le conoces de nada, no ha cruzado una palabra. Qué barbaridad. Y no te ha robado el bolso.
Sangras. Poco pero estás sangrando. El hombre quiere llevarte al centro de salud. El hombre quiere que te levantes. Quiere que camines a su lado. Quiere cogerte del brazo. Tú solo quieres calmarte un poco, que te dejen respirar a solas, tragar aire para ahogar el dolor, los gritos, el susto de muerte. Tiemblas. Te incorporas. No has perdido el conocimiento. No te ha abierto la cabeza. No te ha desfigurado la cara. Podría haberte pasado. Hoy no era mi día. Estoy bien. Solo tengo contusiones. No estaba en mi destino que muriera por una piedra.
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Elena -
marta -