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Alguien que anda por aquí

Divertimentos

Deshaciendo caminos

Como el tiempo es lineal y la vida va hacia delante, no es fácil deshacer el camino andado. Puedes tener tendencia al arrepentimiento, a quedar secuestrado por la nostalgia, pero no es fácil volver sobre tus propios pasos, echar la vista atrás, seguir tus propias huellas. No es fácil retroceder.

Hubo quien echaba miguitas de pan para marcar su camino, y le fue mal. Hay quien se resiste a borrar las cicatrices para poder viajar más fácilmente al pasado.

Pero yo hoy no quiero hablar en sentido metafórico, sino de lo literalmente difícil que es deshacer el camino andado: me he pasado media hora dando vueltas en un pueblito tratando de recordar dónde había aparcado mi coche. Esto antes no me pasaba, pero es lo que tiene aparcar y echarse a andar mientras vas hablando por el móvil.

Cosas que vuelan y no regresan

Esta tarde he perdido una de las cortinas de mi habitación. Ha salido volando con el viento fresco, para que luego digan del bochorno de agosto en Madrid. No sé cómo ha sido el vuelo de mi cortina voladora, no la he visto marcharse ni se ha despedido. De repente me he dado cuenta de que la ventana estaba abierta y de que la otra cortina se había quedado triste y desparejada...

 

Me he echado a las calles a buscarla, pero es difícil encontrar una cortina voladora. Tampoco puedes llamarla a gritos ni preguntar a los transeúntes por ella, aunque sé de una que tendió una toalla en la terraza del hotel y al ver cómo se la llevaba el viento, bajó corriendo a la recepción y le preguntó al mozo: “¿perdone, ha visto usted pasar por aquí una toalla voladora?”.

 

Inconscientemente he echado a volar una cortina por el cielo de Madrid y recuerdo el día que eché a volar decenas de margaritas de papel. Íbamos a una fiesta de la primavera (qué época aquélla en que todas nuestras fiestas eran temáticas y a cual más absurda, lo celebrábamos todo y a lo grande) y una amiga y yo decidimos disfrazar incluso al coche con el que llegaríamos a la fiesta.


Estuvimos toda la tarde dibujando margaritas de cartulina de diferentes tamaños, recortándolas y pegándolas en el exterior del coche, con todo nuestro entusiasmo, pero en cuanto salimos del garaje poco a poco fueron echándose a volar. Se iban despegando según cogíamos velocidad y no sé ya si llegó alguna viva a la fiesta. Fue un chasco bajarse del coche y encontrárnoslo pelado, vestido de normal, pero también debió de ser bonito dejar toda la Castellana regada de margaritas.

 

Quién sabe quién se tropezaría con una de nuestras margaritas, en qué momento le cayó en las manos y con quién iría acompañada. Quiero pensar que a alguien encontrarse con nuestras margaritas le alegró el paseo, que por unos instantes a alguien le dibujamos una sonrisa en la cara.

Los políticos y las madres

No sé por qué hay gente que dice que no entiende nada de política, si es facilísimo. Hoy escucho en el telediario: “los socialistas acusan al Partido Popular de haberse ido a Melilla a enredar”. ¡A enredar!. Inmediatamente me viene a la cabeza el “¡dejad de enredar!” que dicen las madres, el que decía mi madre cuando nos veía a los cuatro hermanos enredando.

Ay, pero ojalá en el resto de cosas los políticos se parecieran más a las madres. Desde luego, el mundo iría mejor si gobernaran las madres, ellas sí que saben administrar y mandar y cuidar de los suyos y preocuparse por los suyos y hacer las cosas bien.

Estáis muy perdidos, chicos

De algunas cosas no-tenéis-ni-idea. Seguramente porque no os atrevéis a preguntar. Aunque reconozco que también es culpa nuestra, porque cuando lo hacéis, se os debe quedar cara de tontos con nuestras respuestas. Pero es que nosotras alucinamos con vuestro desconocimiento de esos temas. Y no, no hay que leerse la Cosmopolitan para entendernos. No sé qué tipo de chica escribe la Cosmopolitan pero desde luego no se parece a ninguna de mis amigas. Así que ahí no encontraréis las respuestas. Lo mejor es que tengáis amigas chicas de confianza con las que podáis hablar. Para que asumáis cuanto antes que las chicas somos complicadas y siempre lo seremos, y que somos más incomprensibles en esos días. Aunque también vosotros tenéis lo vuestro.

 

Pero bueno, que me desvío, que yo venía a hablar de la prima de rojo que viene a visitarnos todos los meses y hace que nos sintamos felices de ser mujeres y plantearnos cosas como a qué huelen las nubes. Es que ya es el segundo caso que conozco de un chico que pensaba que todas las mujeres del mundo tenemos la regla a la vez. Y lo pensaban en serio, no bromeaban.

 

En uno de los casos la historia fue que la chica, llamémosla Equis, estaba preocupada porque tenía un importante retraso. Así que llamó por teléfono al que podría ser el causante del retraso, llamémosle Zeta, para informarle de que igual estaban esperando un bebé, ante lo cual Zeta le dijo, ni corto ni perezoso: "Pero tranquila, que aún no estamos a finales de mes, aún te puede venir". Inaudito.

 

Sé que estos dos desinformados no me leen, pero también sé que tengo más lectores masculinos que quizá también pueden estar confundidos, así que voy a intentar, con mi vocación de ser útil a la sociedad, ser didáctica. Por si acaso.

 

Os diré, sin tapujos, que NO es cierto. Es rotundamente falso, por razones obvias y por el bien de la especie humana. La obviedad es que cada mujer vive dentro de su propio cuerpo individual y que cada cuerpo tiene sus ritmos hormonales y sus circunstancias. A mí me bajó la regla por primera vez un mes de junio cuando tenía 13 años y otras la sufrieron desde los 12, o tuvieron que esperar hasta que cumplieron 15 años en diciembre. No somos máquinas, así que no hay fechas estipuladas, siento decepcionaros. Y a partir de ahí, a cada una le viene a los 28, 24, 32 o 27 días, cuando le da la gana a la regla y a sus circunstancias, que hay muchas circunstancias que influyen en que seas como un reloj suizo o no. Porque igual que las hormonas a nosotras nos alteran (aunque odiamos reconocerlo, por favor no nos digáis nunca que si estamos de mala leche o demasiado moñas porque nos ha bajado la regla), nosotras alteramos con nuestro ritmo de vida a nuestras hormonas.

 

Podríamos aceptar que todo esto no lo supiérais, nadie nace aprendido. Lo que no nos entra en la cabeza es que deis por supuesto que todas las chicas tenemos la menstruación a la vez, porque si os paráis un segundo a pensarlo, eso haría del mundo un lugar horrible en el que vivir. Todas nosotras irascibles a la vez, todas hipersensibles a la vez, todas con dolores a la vez... ¿y vosotros? todos histéricos a la vez.

"Mirar es tan incívico como escupir"

Sencillamente brillante esta noticia que acabo de leer en www.elmundotoday.com, qué lujo poder hacer humor con una situación taaaaaan dramática :-)

Él ya había hecho sus planes

MIRA FIJAMENTE A UN CHICO PERO LUEGO NADA

Pepe Fostias viajaba ayer por la tarde en un tren en dirección a Tres Cantos cuando se percató de que una chica le miraba fijamente desde el asiento contiguo. “Me estaba escudriñando sin reparos y me di cuenta de que le gustaba. Ella también me atrajo desde el primer momento, sentí que éramos como dos imanes y ella sintió lo mismo porque lo noté perfectamente”, asegura Fostias. Los dos viajeros aguantaron la mirada durante el resto del trayecto y, tal y como corroboran algunos testigos, la muchacha llegó a esbozar una tímida sonrisa. “Aquella joven quería guerra, nadie mira fijamente a la gente si no busca algo”, declara uno de los pasajeros.

 

Pepe Fostias tuvo tiempo de imaginar los detalles del inminente encuentro amoroso que aquella mirada intensa presagiaba. “En la estación de Tres Cantos hay varios hoteles, yo ya me había montado la película”, reconoce. Sin embargo, al llegar a la parada, él se levantó y abandonó el vagón pero la chica no le siguió y acabó truncando las expectativas que ella misma había generado.

 

Al darse cuenta de lo ocurrido, tanto Pepe Fostias como los más de quince viajeros que habían seguido el cruce de miradas expresaron su rotunda indignación. “Fue una agresión desde el silencio. No puedes tratar así a las personas, es un acto de incivismo tan condenable como escupir o poner los pies encima del asiento. Y más grave aún porque estamos hablando de sentimientos”, declaraba esta misma mañana el portavoz de Renfe, Matías Romeo, quien reconocía también la dificultad de prevenir este tipo de actitudes. “No podemos prohibir que la gente se mire y sería muy triste tener que separar a los pasajeros por sexos”, admite.

 

En el tren, fueron muchos los que se levantaron y reprendieron a la joven, que hizo caso omiso de las protestas y optó por escuchar música a todo volumen con los cascos de su teléfono móvil. “La gente le gritó de todo, cosas como ‘guarra’ o ‘mujer’. Se pasaron un poco, pero es que cuando ves esas agresiones se te revuelve el estómago. Fue totalmente gratuito lo que hizo”, sentencia otro testimonio que accionó la palanca de emergencia del vagón “para que la echaran del tren y no pudiera volver a las andadas con otra víctima desprevenida”.

 

Finalmente, la chica abandonó el vagón por su propio pie cuando el tren paró en la estación de Colmenar Viejo. Los agentes de seguridad no pudieron llegar a tiempo para pedirle explicaciones pero las cámaras sí registraron el rostro de la joven. La Policía ha prometido que investigará el asunto pero Pepe Fostias asegura que no interpondrá ninguna denuncia contra la agresora “porque la condenada me sigue gustando”.

 

No es la primera vez que se produce un altercado de este tipo en un tren de Cercanías. El pasado mes de abril, un señor le preguntó a una chica si tenía hora y ella respondió que sí y luego se quedó callada.

http://www.elmundotoday.com/2010/07/mira-fijamente-a-un-chico-pero-luego-nada/

Si lo sabes mirar, es arte

Si lo sabes mirar, es arte

No es un vaso de agua lleno de tapones de Coca Cola lo que estáis viendo al lado de mi máquina de escribir antigua. Es una obra de arte; de arte moderno, se entiende. A ver por qué no va a ser esta nueva decoración que hay en mi casa de Vallecas una obra de arte si en el Guggenheim de Bilbao pagas 13 euros por ver una sala repleta de mierda literalmente hablando, una sala en la que caminabas entre montañas de lo que parecían excrementos de diferentes colores y tamaños (una obra titulada “Greyman grita, Shamán muere, volutas de humo, belleza evocada, del artista nunca expuesto en España Anish Kapoor. Si no me creéis pinchad en http://www.guggenheim-bilbao.es/microsites/anish_kapoor/secciones/

galeria_imagenes/galeria_imagenes_detalle.php?idioma=es&id_imagen=24) y en la foto no impacta tanto como al natural)

 

O a ver si es normal que Photoespaña exponga en su sala de Alcalá 31 un montón de fotografías de un padre egocéntrico y orgulloso de su hijo que parecían una tomadura de pelo, porque por muy famoso que fuera el fotógrafo (Juergen Teller, la muestra se llama “Calves & Thighs) muchas de las imágenes no decían nada, estaban tomadas de cualquier manera: su hijo en la bañera, su hijo con berretes, su hijo de cumpleaños, su hijo con fiebre, una maraña de pelo entre las sábanas que era su hijo durmiendo... por no hablar de otras que llegaban a ser incluso desagradables a la vista.


Odio decir esto porque en realidad adoro la fotografía y el arte moderno, me gusta y me dice mucho más que el figurativo; he ido muchas veces al Reina Sofía y una sola al Museo del Prado; por supuesto me encanta Photoespaña y me fascinó el Guggenheim, volutas de humo-belleza evocada aparte, sobre todo porque en el cartel de la entrada a la sala el artista Anish Kapoor reconocía que no tenía “nada que decir”.


Pero nosotras sí tenemos mucho que decir con nuestro vaso lleno de tapones de refresco. Digo “nosotras” porque la idea en realidad ha sido de mi compañera de piso (no me voy a atribuir el mérito, que sé que me lee). La idea vino como le viene la inspiración a los artistas, como surgen las genialidades. Llevábamos meses guardando esos tapones en un rincón de la cocina, porque dentro tienen escrito un código para participar en un concurso en el que puedes ganar nada menos que una casa.

Nosotras estamos muy a gusto en nuestra Casa Verde, pero oye, si Coca Cola nos quiere regalar una casa pues mira qué bien, dejamos de pagar el alquiler. La verdad es que nunca nos llegamos a leer las bases del concurso, sólo la letra grande que venía en la publicidad de las etiquetas, pero confiábamos en tener algún día el tiempo y las ganas para ponernos a la tarea de comprobar cada uno de nuestros códigos en la página web, a ver si alguno era el ganador.


Y así seguimos. A la vista está que no tenemos una casa regalada, ¡pero porque no queremos! Se nos fue pasando el tiempo y nunca llegamos a comprobar los códigos, así que puede que seamos las anónimas potenciales ganadoras de un gran premio. Lo que más me gusta de las obras de arte contemporáneas son los títulos, que me sugieran qué hay detrás de ellos. Por eso nuestra obra de arte se llama “Ilusiones Perdidas” o quizá “La casa que soñamos y no nos esforzamos por conseguir”, o tal vez “Cimientos de un sueño”, o puede que “Recuerdos de lo perdido”. Y si no tuviéramos detrás esta historia, podría llamarse “Te invito a un refresco” o tal vez podría ser “Mientras te esperaba, todas estas Cocacolas me bebí por ti”.



Vuelta a la infancia

Vuelvo a la infancia pero a sus peores momentos, a los tiempos del agua oxigenada que escuece, las tiritas y las magulladuras. No es que hoy me haya dado un ataque de nostalgia, lo que pasa es que me acabo de quedar a cuatro patas en medio de la calle y por una vez la culpa no ha sido de mi torpeza sino de la lluvia, que por si no os habíais dado cuenta ¡resbala!. También ha sido culpa de las prisas, que la verdad, no tenía, pero es que no sé caminar de otra manera que no sea rápido y a zancadas.

 

Ahora me duele una rodilla al andar, la otra la tengo magullada, las palmas de las manos doloridas y el pantalón vaquero que mejor me queda roto, que es lo que más me duele, porque odio ir de compras y además ya no se llevan los pantalones que a mí me gustan, ya no se venden más que pitillos, no sé por qué.

 

Así, magullada y todo, me he ido directa a mi destino y me he metido en la peluquería, porque hoy tengo un día tonto, de esos días en que los espejos no te devuelven la imagen que buscas. Además, me hacía falta desde hacía tiempo cortarme el pelo pero lo he ido dejando por pereza, porque, como a Neruda, no me gustan las peluquerías ni esa extraña sensación de tener que darle conversación a las peluqueras.

 

Afortunadamente (regalos de la vida en compensación por el mal rato anterior) me he encontrado con una peluquera simpatiquísima con la que daba gusto conversar, y de la manera más tonta hemos empezado a hablar de torpezas y despistes. Ella alucinaba con mis anécdotas, aunque la verdad, no eran para tanto, pues me he cuidado de no contar las más vergonzosas por aquello del pudor con los desconocidos, o por mantener una cierta imagen pública quizá.

 

En realidad, mis despistes y torpezas no eran para tanto en comparación con los suyos, mucho más escandalosos, o no me digáis que no es terrible llegar al punto de caerse en las escaleras del metro sin haberse tropezado, sólo porque vas tan despistada que se te olvida avanzar un pie antes que el otro. Y todo porque andaba en una mala época; vivió, según me ha contado, durante cuatro años con un chico del que no estaba enamorada desde el primer mes, pero al que no quería dejar por no darle la razón a su madre.

De cómo una vez iba camino a Valladolid y aparecí en Bilbao

De cómo una vez iba camino a Valladolid y aparecí en Bilbao

No sé, mis amigos dicen que es gracioso lo que yo viví como una tragedia, ten amigos para esto. Son insaciables y quieren que cuente más detalles de la historia que empecé el otro día de cómo una vez iba camino a Valladolid y aparecí en Bilbao. Así que les daré el capricho aunque sólo sea para que no me roben protagonismo, porque encima es que andan por ahí contando mi triste historia entre carcajadas.

 

Dicen que las cosas graciosas empiezan dentro del tren, cuando una voz metálica me despertó diciendo que habíamos llegado a Llodio y a mí la verdad es que ese nombre no me sonaba que estuviera en tierra de campos, pero no le di demasiada importancia, no sé qué gracia tiene que con quince años fuera tan mala en geografía. Llodio ni siquiera me sonaba a nombre real de pueblo, y mis sospechas se confirmaron cuando abrí un ojo y vi a un señor que me pareció un muñeco de Playmobil. El revisor era, o el guardagujas, qué mas daba, yo seguí durmiendo.

 

Es verdad también que poco antes de llegar miré por la ventanilla y vi demasiadas luces para ser mi ciudad, pero oye, de noche todos los gatos son pardos, y en movimiento más. Luego llegó el momento trágico de escuchar otra vez la voz metálica anunciando “próxima estación Bilbao Abando” y ahí sí que le doy la razón a los refranes: no hay más ciego que el que no quiere ver. A mí siempre me ha gustado confundir la realidad con la fantasía y estaba segura de que al poner un pie en tierra esa estación rara que veía por la ventanilla se iba a transformar en la que yo conocía, la que venía escrita en mi billete.

 

Pero no no no no no no. Mierda. Estaba en Bilbao. Mierda. Un domingo a las once de la noche. Mierda. ¿Conocía a alguien que viviera en Bilbao? No. ¿Conocía a alguien que viviera cerca de Bilbao? No. ¿Conocía a alguien que tuviera algún amigo que viviera cerca de Bilbao? No. ¿Y si le pegaba una patada a un guardia? ¿Sería capaz de cometer algún delito para al menos pasar la noche en comisaría? Joder. ¿Cuánto dinero tenía en la cartera? Tranquilidad. No sé cómo había en mi bolso de quinceañera que acaba de pasar un fin de semana con unos amigos 4.000 pesetas.

 

Lo primero que se me ocurrió fue contarle mi historia a un segurata. Se quiso reír de mí, se le notaba a leguas, pero cuando pongo una sincera cara de pena doy mucha pena, así que me dirigió a la taquilla, que aún estaba abierta y tenía una cola de mil demonios. Luego vino el susto del estallido y toda la gente corriendo para ver los fuegos artificiales desde la cristalera. Casi se me para el corazón, me parecían una burla las lucecitas de colores y el ambiente de fiesta. Pero yo a lo mío.

 

Le volví a contar mi historia al de la taquilla, que fue algo así como “mire, es que yo me acabo de bajar del tren de Calahorra, iba a Valladolid y he aparecido en Bilbao, pero no sé qué ha pasado, mire, aquí tengo el billete, pone Valladolid, el revisor me lo ha picado”. Nada. Parecía un pescado muerto el taquillero, ajeno a mi drama. Pregunté con pocas esperanzas si había algún tren de vuelta. Lo miró con desgana y me dijo que sí pero que estaba lleno. ¡Me da igual viajar de pie, no me puedo quedar aquí!, le dije. Pero el pescado muerto no hizo nada. ¿Y no hay más trenes? Ah, sí, hay un tren cama dentro de dos horas. Bien, dame uno. Son 4.100. ¡Tengo 4.000 pesetas! Y el taquillero: ¿no tienes tarjeta de crédito? ¡¡¡NO tengo tarjeta de crédito, tengo 15 años!!! Nada, pescado muerto otra vez. Pescados muertos todos los de la cola, que lo debían estar oyendo y nadie dijo nada.

 

Ya me veía pidiendo como una yonki por la estación, pero de repente se me encendió la bombilla que salva a los protagonistas de los dibujos animados y me acordé de que llevaba encima el libro de familia numerosa, por el que te aplican un 20 por ciento de descuento en transportes. Me gasté el resto del dinero en cocacolas, porque el tren iba hasta Madrid y no podía permitirme el lujo de pasar de largo mi destino y volver a andar con idas y vueltas como si Valladolid fuera un agujero negro espacio temporal.

 

Antes de bajarme del tren en lo que anunciaron que era Valladolid robé la estúpida almohada que te ponen en los trenes cama como recuerdo de la odisea. Es ridículamente pequeña, no vale para nada, pero fue lo mejor que pude abrazar aquella noche.

De noche en una ciudad extraña

De noche en una ciudad extraña

De repente me vi sola en medio de la noche en una ciudad extraña. Yo tenía por aquel entonces quince años y ni idea de cómo había llegado hasta allí. No conocía a nadie en ese lugar, ni se me ocurría a quién podía acudir para pedir ayuda. Pensé en amigos de amigos, familiares recónditos, conocidos, vecinos de conocidos... todos estaban lejos. No había móviles en aquella época. No era prudente llamar a ninguna casa pasadas las once de la noche. Pensé en acudir a la policía, lo aparqué como último recurso. Calculé las posibilidades reales de que alguien viniera a rescatarme a esas horas de la noche a esa ciudad extraña. Y cuánto tiempo tardaría en hacerlo. Y qué hacer mientras tanto. Y cómo explicarlo. De repente un estallido y toda la gente de mi alrededor corriendo. Comprendí entonces que debía reaccionar, moverme yo también hacia algún sitio, hacer algo para salir de allí.

 

Y me fui directa a las ventanillas de la estación de trenes para comprar un billete que me sacara de Bilbao. Yo había subido horas antes en un tren desde Calahorra destino Valladolid, y me había quedado dormida en Miranda de Ebro, cuando la mitad del tren tomó el camino de tierras de Castilla y la otra mitad se fue rumbo al País Vasco, conmigo dentro. El estallido era el comienzo de los fuegos artificiales del día grande de las fiestas, y todo el mundo corría para verlos desde una cristalera de la estación. Este fin de semana iré por primera vez (conscientemente) a Bilbao para reescribir los recuerdos de aquella noche.

Estúpida historia con final infeliz

Hubo una vez por lo visto un hombre que dedicó gran parte de su tiempo a idear una forma más rápida y cómoda de tomarse el café. En un alarde de ingenio, inventó un buen día los azucarillos alargados, que a su entender eran más prácticos para endulzar la bebida si los abrías por la mitad y dejabas caer todo el azúcar desde cada uno de los lados.

 

Pero, quién sabe por qué, nadie hacía caso de su invento, los seres humanos somos animales de costumbres y a veces tan reacios a las modernidades que, cuando nos encontrábamos con uno de esos azucarillos alargados, insensiblemente los abríamos por uno de los extremos y, limitándonos a girar 90 grados la muñeca, dejábamos caer todo el azúcar de golpe. Al parecer, ese sencillo y retrógrado gesto de volcar el azucarillo ponía de los nervios al inventor, que acabó suicidándose, frustrado e incomprendido porque todo el mundo ignoraba su creación.

 

Tengo un amigo al que le gusta contar de vez en cuando esta historia cuando estamos en una cafetería de azucarillos alargados y a mí me gusta creérmela sea verdad o leyenda. Siempre que la escucho primero pienso: “pobre tipo” y me arrepiento de no haberme acordado a tiempo de él para hacerle ese sencillo homenaje, aunque sólo sea para comprobar si de verdad es más cómodo abrirlos por el medio.

 

Primero pienso: “pobre tipo incomprendido” e inmediatamente después: “¡pero qué idiota!” ¿Qué clase de loco es capaz de suicidarse porque la gente no haga caso a su manía?. A él qué más le daba cómo se eche la gente el azúcar a su café, y qué si nuestro modo es menos cómodo, y qué si tardamos más tiempo, si precisamente nos vamos a tomar un café para disfrutar de ese pequeño tiempo de ocio.

Mirar los árboles, ver el bosque

Mirar los árboles, ver el bosque

No hay "momentito" que valga, qué brillante el tipo al que se le ocurrió. Esta genialidad no la he descubierto yo, la he robado vilmente del facebook de un amigo, pero me consta que la señal está en la calle Atocha a la vista de cualquier paseante con ganas de mirar. Cuántas cosas nos perdemos a veces por no estar atentos a lo que nos rodea, por no tener ojos para ver y no sólo mirar, por no tener oídos para escuchar y no sólo oir.

A veces hay árboles que no te dejan ver el bosque, nos quedamos sólo en los detalles -superficiales o no-, pero muchas otras veces los detalles nos pasan inadvertidos. Es fácil que suceda caminando por una ciudad vertiginosa como es Madrid, nos perdemos gran parte de su belleza y de su encanto. Deberíamos aprender a mirar las cosas de uno con ojos extranjeros.

 

El poder de los posesivos

Resulta que estamos ya a día 6 y la garrapata con la que vivo no me ha pagado su parte del alquiler, que puntualmente mi banco transfiere a la cuenta de la casera. La tía se hace la remolona con la excusa de que vaya jaleo ha tenido estos días por las mañanas, pero a ver bonita, todos estamos muy ocupados y si metes una tarjetita de plástico en los cajeros te dan billetes.

Encima, con una desfachatez inaudita, bromeando me ha propuesto hacerme la cama y sacar la basura y hacer por mí la compra para compensar el retraso, pero yo no acepto limosnas, prefiero que se sienta en deuda conmigo, por eso me he enganchado al uso del poder de los posesivos.

Ahora le obstaculizo el paso para que me pida permiso para usar mi cocina y me he inventado un toque de queda para ocupar mi baño y le pongo hasta limitaciones para pisar mi suelo cada vez que quiere salir del cuarto. Claro que la factura del ADSL con el que publico este post la paga ella, pero el router está en mi casa, y a ver qué hace ella con unos cables sueltos en medio de la calle.

Es tan divertido sentirse una poderosa y tirana propietaria que creo que mañana voy a hablar con mi banco para que no acepten de momento la transferencia de la que, con todo cariño, es mi garrapata.

¿Dónde se crían las gallinas?

Los famosos siempre dicen, para quedar bien, que la fama no se les ha subido a la cabeza, que tienen muy presentes sus orígenes y tal. A todos nos hace mucha ilusión saber o creer que tienen los pies en el suelo, cuando en realidad lo que deberíamos valorar es que las gallinas pisen el suelo, y no tanto los famosos.

Al menos eso es lo que más se cotiza en estos tiempos que corren: hoy en el Mercadona he descubierto huevos de “gallinas criadas en el suelo”, y eran 71 céntimos más caros que la media docena de huevos de gallinas que vete a saber dónde están poniendo las patas. De todos modos, yo me he quedado con los huevos de siempre, me dan más confianza. Llamadme aburrida, tradicional o miedosa, pero en el cartón de los huevos de gallinas criadas en el suelo venía -os lo juro- la foto de un gallo.

 

Día de los casi...

Hoy casi llego tarde a todas partes, casi me caigo de culo bajando por una sencilla rampa, casi estropeo el ordenador al derramar tooodo mi tazón de desayuno (porque no he tirado la taza ni se me ha caído, ha sido un lento derrame de café con leche expandiéndose por mi mesa de trabajo) y también podría haberme electrocutado un poco limpiando los restos de café de los enchufes

Pero nada de eso ha pasado, todo me ha salido bien. He llegado a tiempo a todas partes, he restablecido milagrosamente (para lo patosa que soy) el equilibrio, he resuelto un montón de asuntos pendientes, a la vista está que no me he electrocutado y ni siquiera mi ordenador ha aprovechado la coyuntura para morir definitivamente, a pesar de que lleva tiempo dándome sustos, agónicos avisos de que tengo que renovarlo.

A esta hora, ya sólo quedan los restos de los goterones de café en la pared como testigo de esas pequeñas posibles tragedias y el cansancio feliz de cargar con mi buena estrella.

Ahí estaban otra vez las tres de la curva

Eran tantas las ganas que tenía de verlas que al principio pensé que mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Que la aparición se estaba burlando de mí, multiplicándose.

Esta mañana he vuelto a pasar a primera hora por la autopista Valladolid-Segovia y en la curva de siempre, la de Sanchonuño pasado Cuéllar, estaban mis tres mujeres acompañadas por otras dos. Mis tres mujeres delante, bien vestidas, caminando a paso ligero y otras dos detrás.

Como todos los lunes que regreso después de pasar unos días en Valladolid. No me las encuentro cuando regreso un domingo por la tarde, no están los martes, siempre los lunes entre las ocho y las nueve de la mañana y siempre en esa curva, caminando entre los campos de cereal al lado de la autopista.

 

Yo paso a 120 kilómetros por hora, así que no podría asegurar que son las mismas de otras veces, pero ya es casualidad que siempre me encuentre a mujeres en la misma curva, alejadas del pueblo y a mucha distancia del municipio siguiente, sin ningún lugar reconocido en los entornos adonde pueda imaginarme que se dirigen: que fueran cada lunes a cumplir una promesa a la virgen, que vayan a un pinar a recoger piñones para hacer tartas, o a una fábrica a comprar huevos frescos de las gallinas que suelen poner en domingo...

 

No me cuadra ninguna de esas posibilidades porque ya digo que el paraje por el que caminan en bastante inhóspito, así que sólo se me ocurre darle la razón a mi compañera de piso cuando dice que son las tres solteronas del pueblo que salen cada lunes con sus mejores galas para llamar la atención a los camioneros con la esperanza de encontrar marido. Por lo visto se ha corrido la voz y ya esta mañana se han unido al peregrinaje otras dos mozas casaderas, quién sabe si la próxima vez que me las encuentre habrá alguna menos que ya haya cazado esposo o alguna más que se una a la competición.

La ciencia puede ser divertida

Si hacen un esfuerzo los científicos por acercarla y hacerla comprensible al público general y si los periodistas también cumplen su función divulgativa con seriedad. Confieso que yo soy bastante zoquete para los conceptos científicos, pero ayer me pasé la tarde fascinada escuchando hablar a un amigo que es físico nuclear y que está investigando el caos cuántico que se produce en los niveles de excitación de los nucleones, o algo así.

 

Como no logro entender prácticamente nada de lo que dice, aunque él se explica realmente bien, me quedo con la parte poética de su discurso, sus palabras se quedan flotando en mi cabeza como sugerentes versos sueltos. Él habla de la radiación de fondo cósmico y a mí me vienen a la cabeza imágenes de una galaxia lejana; habla de "fotones" y yo sólo me quedo con la definición de que es una luz de altísima energía; habla del "ruido rosa" e imagino una nebulosa rosada flotando inquieta en el aire, aunque él me explique que la luz rosada es la que está entre el "ruido blanco" que hace la señal de televisión al sintonizar los canales y el "ruido marrón", que es el movimiento aleatorio de las partículas de polen cayendo en el agua, lo cual de todos modos me parece también una imagen bastante bonita, sin alcanzar a ver la utilidad científica que trasciende de estas definiciones.

 

Me pasaba lo mismo cuando compartía noches de estudio con una amiga geóloga. A mí me hacían gracia sus apuntes cuando veía escritos conceptos como “yacimientos tipo placer” que ella veía como lo más normal del mundo, y sobre todo, cuando me decía que estaba estudiando la fórmula de cómo “la halita se precipita”.

 

Por lo visto, la precipitación es el depósito de partículas sólidas a partir de una solución sobresaturada. Como esa frase a mí no me dice nada, ella se esforzaba en explicarme que la halita es la sal común, y que la fórmula de la precipitación servía para saber lo que pasa cuando empiezas a echarle muchos iones o algo así, pero no me digáis que no es mucho más divertido escuchar que la halita se precipita e imaginarse una alita de pollo correteando muy deprisa o despeñándose por un acantilado.

 

De carreteras y gominolas

Si no evalúan tu capacidad de orientación cuando vas a sacarte el carné de conducir, la DGT debería invertir un poquito más en poner buenos carteles en las carreteras. Lo digo porque hoy tenía que ir a Fuenlabrada y he acabado en Alcorcón. Tenía una convocatoria de prensa en un parque de Fuenlabrada al que era muy fácil llegar según google maps (soy fan de todos los inventos de Google), pero me he pasado el desvío (porque si no me indican que hay que meterse en la vía de servicio mi intuición no da para tanto) y no he sido capaz de hacer un cambio de sentido hasta que he visto que ya estaba llegando a Alcorcón. Me he metido en todo el centro, claro, porque total, me lo conozco y sé dónde están las glorietas, en las que es seguro que se puede dar la vuelta.

 

Vale que yo soy una torpe sin remedio, pero la DGT debería tener en cuenta que los torpes también nos compramos coches y tenemos derecho a desplazarnos de un punto a otro en nuestro vehículo privado. ¡A mí nadie me preguntó si sería capaz de llegar yo sola hasta Fuenlabrada cuando solté la pasta para mi C3, ni cuando pagué mis tres convocatorias del práctico de conducir!

 

En fin. Al final he llegado 25 minutos tarde y con un cabreo de espanto, porque el parque al que tenía que llegar sólo existe en la imaginación del alcalde, que ha convocado a la prensa para que le fotografiáramos plantando árboles junto a los escolares del barrio. Bueno, físicamente el alcalde sí que estaba, pero al menos debe ser inventado el nombre de ’Parque Norte’ que le han puesto a un descampado de las afueras que no viene en los mapas ni conoce ningún fuenlabreño. Pero preguntando se llega a Roma y también a los descampados, sobre todo si éstos se encuentran invadidos por exactamente mil niños plantando árboles.

 

La verdad es que el enfado se me ha pasado en seguida, en cuanto me he puesto a hablar con unos niños simpatiquísimos, muy habladores, de estos que a los que da gusto entrevistar en directo porque no te dejan colgada con monosílabos. Me han hecho sonreír, reconciliarme con la vida y volver a tener fe en las nuevas generaciones, yo que aborrezco la adolescencia y creo que la juventud cada vez está peor.

 

Y ha sido recíproco; ellos también se han quedado encantados conmigo: nos hemos hecho fotos juntos y un niño de once años, incluso, le ha pedido a un compañera suya que me diera una gominola de las que él se estaba comiendo, porque, me ha dicho, él tenía las manos sucias.

"Absurda, demencial y extravagante"

"Absurda, demencial y extravagante"

Confieso que ayer me escaqueé de escribir el blog, pero estaba ocupada con algo importante, y aporto un documento gráfico que lo demuestra.

Si estaba en ese camerino, es porque tuve una función de cuentos en mi tierra, en Valladolid, que fue emotiva como pocas, ¡para que luego digan que el público castellano es seco e inexpresivo!

Del espectáculo ha salido publicado hoy un artículo en El Norte de Castilla que lleva por título “Hablar con las manos, sentir con la palabra” que me ha hecho reconciliarme con mi propia profesión. Y es que los periodistas tenemos que escribir en tan poco tiempo tantas cosas sobre las que no sabemos absolutamente nada que muchas veces me ha horrorizado el trabajo de mis compañeros. Y el mío propio, que también he cometido errores garrafales, pero hoy estoy por recordar los fallos ajenos.

Porque en mi doble papel de periodista que es entrevistada, he sufrido viendo cómo me hacen preguntas sin ningún sentido, y sobre todo al ver que "transcriben" declaraciones totalmente equivocadas. O peor aún, he leído textos en la prensa de alguien que ni siquiera supo cortar y pegar bien la información que envían los gabinetes: Así, una vez, un periodista leyó que algunos de los cuentos que yo iba a contar eran de humor “absurdo”, que esas historias en anteriores ocasiones habían provocado carcajadas “demenciales” en el público y que, para provocar el humor recurría a recursos “extravagantes”, fuera de lo común.

Adjetivos exagerados, ya sé, pero dicen que así tiene que ser el lenguaje que se utiliza en la publicidad del mundo del espectáculo para causar mayor impacto. En fin. El caso es que lo que al final salió publicado en la prensa fue yo era una narradora “absurda, demencial y extravangante” (tal cual, sin anestesia), bajo un fantástico titular: “Elena Arribas roza la demencia para provocar carcajadas en el público”. ;-)

La realidad supera la ficción

 

Hay cosas que si las ves en una película o las lees en un libro no te las crees, piensas que los guionistas se han tomado unas setas alucinógenas. Como las cartas de los lectores del Cosmopolitan. Pero hoy publica ABC una noticia sobre una mujer que ha provocado un accidente de tráfico porque iba depilándose mientras conducía. Las ingles, nada menos. La pobre había quedado con un hombre y quería estar preparada, porque al parecer, la cita prometía y se ve que no le había dado tiempo a prepararse del todo. Cuántos suplicios tenemos que soportar las mujeres para agradar. Para rematar la escena surrealista, la tipa iba con su exmarido en el asiento del copiloto, quien, muy solícito, le echaba una mano al volante mientras se afeitaba las zonas más delicadas.

 

Dicen que le puede caer un año de cárcel por haber apretado el acelerador en lugar del freno y provocar tres heridos leves, al margen de que el coche no tenía seguro y de que justo el día anterior a la susodicha le habían retirado el carné de conducir. La noticia no explica por qué.

 

Sueños confesables

Al final va a resultar que soy yo la rara. A juzgar por mis sueños, sé que todo el mundo pensará que sí.

Yo no tengo patio, pero hoy por ejemplo en la siesta he soñado que tenía en el patio de mi casa a una niña que se llamaba Alejandra jugando con una perra que se llamaba Alejandra, y al poco rato llegó otra vecina a jugar con ellas y esa segunda niña también se llamaba Alejandra. Me he despertado en el momento caótico de hacer las presentaciones, y me he quedado con una sensación extraña, porque de todas las imágenes del sueño lo único familiar era la perra, que mordía mucho, como Majete.

 

Claro que con peor sensación me desperté hace unos días, cuando soñé, atención, con una paloma blanca vestida de chulapa que se acercó volando a mí con el propósito de beberse mi café. Me desperté poco después de que la paloma me hablara en un tono bastante indignado, porque yo quería sacarle una foto para inmortalizar el momento en el que mete el pico en mi taza, y ella me dice que si quiero sacarle una foto, tendría que hacer algo por ella...

 

Ya es bastante absurdo por hoy, no voy a dejar escrito la paranoia que me pidió la paloma a cambio. Y éstos son sólo algunos de los sueños que sueño dormida, lo que sueño despierta es más inconfesable.